Desechemos las ficciones estereotipadas y construyamos narrativas respetuosas

El problema del sexismo en las narrativas mediáticas ha sido puesto en evidencia y debatido desde hace muchos años. No es un tema nuevo, ni tiene una sola lectura. Sabemos que los efectos sociales que produce son nocivos porque reproduce lógicas discriminatorias. Además, contribuye a insensibilizar al público hacia la violencia contra las mujeres. Apuntemos a cambiar las interpretaciones y las formas cómo se producen, elaboran y difunden los contenidos noticiosos. Sólo así podemos contribuir a forjar sociedades más respetuosas, equitativas y plurales.

Ciertamente las sociedades avanzan hacia configuraciones más equitativas y se van cerrando las brechas de desigualdad entre hombres y mujeres. Sin embargo, cuando leo titulares como “Dos mujeres caminarán solas en el espacio” o “Muere la esposa de fulano de tal”, e incluso “Crimen pasional en x lugar”, confirmo que existe la necesidad de construir narrativas mediáticas congruentes con ese proceso que ha comenzado a cerrar las brechas de la desigualdad.

Podríamos comenzar por preguntarnos, “¿Por qué estos relatos, que invisibilizan o infravaloran a las mujeres, siguen pareciendo ‘aceptables’ en las redacciones?” o “¿Por qué persiste la construcción de este tipo de interpretaciones del mundo que validan imaginarios masculinizados?”. Responder a estas preguntas nos llevará al mundo de las redacciones y a cuestionar la “normalidad” y las formas heredadas para comprender lo que nos rodea. 

Estas actitudes y prejuicios sexistas se construyeron en el marco de un canon cultural que maximizó las diferencias entre hombres y mujeres a partir de lógicas binarias, donde la vida de las mujeres se explica a partir de los hombres y su ámbito de participación es el mundo privado. Esa ubicación se diseñó desde el parámetro que pondera lo masculino. Por lo tanto, lo femenino, cuanto se asocia a las mujeres, se colocó en una posición inferior de la estructura jerárquica, que aleja a las mujeres del poder y de los espacios de toma de decisiones.

Durante mucho tiempo este orden se atribuyó a la biología, al orden “natural”, pero cuando ya no se pudo apelar a dichos argumentos para explicar la inequidad, las lógicas sexistas prevalecieron sustentadas principalmente en prejuicios y estereotipos. Muchos de estos aún están presentes en la sociedad y, por lo tanto, en las narrativas mediáticas que persisten en representar a las mujeres en roles tradicionales: idealizadas en roles de cuidado, pasivas, obedientes, ahorrativas, silenciosas, o en su otra dimensión, como modelos o reinas de belleza, a lo femme fatale o superwoman lujuriosa, expuestas ante la sociedad como cuerpos para agradar a la mirada masculina. 

Mientras tanto, las mujeres o los temas que las afectan de forma particular tienen un peso menor en la agenda. Además, ellas son consultadas en menores porcentajes como fuentes de la noticia, y son invisibilizadas en el lenguaje androcéntrico que pretende incluirlas en el masculino hegemónico.

Si los medios de comunicación tienen la capacidad para marcar la agenda política y social, así como para moldear comportamientos, actitudes y pensamientos, porque mientras informan, trasladan visiones de mundo, enfoques, perspectivas, es necesario revisar las representaciones de hombres y mujeres. Es urgente reconocer que esas representaciones tienen efectos sociales nocivos. Son ficciones estereotipadas que normalizan la inequidad e inobservancia de derechos, y contribuyen a perpetuar todo cuanto no se ajusta a “la norma”. Es decir, lejos de ser un debate sobre las formas, este cuestionamiento apela a la necesidad de preguntarnos, “¿Por qué consideramos necesario incidir en la opinión pública para abrir grietas en el discurso hegemónico?”.

¿Cómo lo hacemos?

El paso más importante es el giro epistemológico, el cambio de mirada, el compromiso con los derechos de las mujeres. Sin haber dado ese paso previo, pasarán desapercibidos un sinnúmero de problemas de discriminación e inequidad de las niñas, adolescentes y mujeres.

Y en este punto quiero enfatizar una idea: Hacer un periodismo comprometido con los derechos de las mujeres no implica elaborar piezas informativas únicamente sobre mujeres. No. Implica incorporar una perspectiva de análisis de la realidad que ponga en evidencia la discriminación y que visibilice las relaciones de poder que producen dicha situación, para que se traduzca en el discurso informativo.

Una de las primeras preguntas a responder será, “¿De qué manera el hecho noticioso afecta a mujeres y a hombres?”. Una vez formulada, las brechas de desigualdad se harán presentes frente a nuestros ojos. Aun sin la información desagregada, percibir la situación – en lugar de invisibilizarla u otorgarle el estatus de “normal” – pone en marcha las estrategias para encontrar los datos.

Un vistazo a nuestras fuentes usuales son un segundo paso. Preguntémonos, “¿A quiénes se les ha dado voz históricamente?”. Menos del 30% de las fuentes utilizadas en los medios de comunicación son mujeres, según el informe de Monitoreo Global de Medios de 2015. Hay que recuperar las voces de las mujeres si se quiere romper con el silenciamiento de las propuestas de mujeres, al que parece que los medios han querido condenarlas.

Propongámonos comunicar utilizando un lenguaje incluyente y no sexista. Pongamos especial atención en los mensajes visuales que conforman la noticia. Agudicemos la mirada crítica especialmente en cuanto a los estereotipos sexistas, y recordemos siempre dejar un espacio para hacer visible la propuesta de las mujeres frente al problema o los hechos reportados.

¡Manos a la obra! Hay todo un mundo por reconfigurar.

 

 

Silvia Trujillo

Socióloga, ejerce como comunicadora social, investigadora, columnista y docente. Es autora de Espejos rotos, una investigación de sociología periodística sobre la situación de las mujeres periodistas en Guatemala. Coordinó el Observatorio Mujer y Medios y ha sido perita en casos de libertad de expresión. Forma parte del equipo de comunicación de la publicación feminista laCuerda.