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Curanderas de golpes
CUETZALAN, Puebla (proceso). – La lavanda es una planta que sirve para la depresión y la ansiedad, el estafiate y la flor de cempasúchil para el dolor de estómago. Si le añades sal y aguardiente a la hierba de golpe, ayuda a desinflamar moretones y cerrar heridas.
Esperanza Contreras corta unas hojitas de cada especie con sus manos delgadas y largas como ramas, y habla del poder curativo de las plantas, en su pequeño huerto en la azotea de su casa en un cerro en la comunidad nahua de San Miguel Tzinacapan, Puebla.
Cada una tiene un olor particular y son de distintas texturas, verdes variados y hojas de diferentes formas y tamaños. La lavanda es un arbusto con flores violetas en forma de espigas, el estafiate es una planta silvestre de hojas alargadas de color verde grisáceo y la hierba de golpe tiene diminutas hojas y una flor rosada parecida a la amapola.
Esperanza es una mujer nahua de 57 años y conocimientos ancestrales, como el preparado de las infusiones para distintos males y de los baños de temazcal. Es sabia y no se derrumba fácilmente. Está levantando otra vez su casa, destruida por la tormenta “Grace” en 2021. Si fuera un árbol sería un roble.
También es artesana y desde la década de los 80 comenzó a participar en una organización de mujeres de la región que se llama “Masehual Sihuamej Mosenyolchicauanij” o “Mujeres Indígenas que se apoyan” para exigir precios justos y sin intermediarios por la venta de su trabajo: bordado, telar de cintura y cestería con la fibra de jonote.
Pero su esposo Fernando se oponía a que saliera de casa a organizarse con sus compañeras y que participara en las asambleas. La celaba. Cada que salía y volvía a su hogar, él la golpeaba.
Harta del maltrato, acudió a sus compañeras de Masehual. No era la única. Los relatos entre ellas se repetían. Comenzaron a entender que el machismo y la violencia contra ellas era estructural. Por muchos años Masehual fue también un espacio para poder hablar de las violencias que sufrían.
En 1995 un grupo de ellas creó el hotel ecoturístico Taselotzin, en el centro de Cuetzalan del Progreso, Puebla, y ahí se reunían en la terraza para desahogarse. Pero no era nada íntimo, pasaban constantemente los turistas. Un abogado las asesoraba y entonces llegaron los hombres. Ellos iban por temas de terrenos y herencias, y ellas por la violencia que ellos ejercían contra ellas.
Que no sufran lo que yo
En 2003, tras conseguir recursos del gobierno para adquirir una casa, abrieron la Maseualsiuat kali A.C. o Casa de la Mujer Indígena (CAMI) en Cuetzalan, que dirigen en su mayoría mujeres artesanas, de manera autónoma, para dar atención psicológica y legal en un espacio seguro y privado.
Esperanza llegó como usuaria, ahora es promotora.
“Como Esperanza me convertí en promotora porque yo no quiero que las mujeres pasen eso”, comenta y luego sigue con una voz serena que contrasta con el contenido de sus palabras: “Cuando una niña tiene problema con los padrastros, hermanos o los parientes, que la violan, a mí me da mucho coraje. Yo quiero salir a pelear, porqué lo que yo pasé, no me violaron ni nada, pero sufrí muchas cosas muy fuertes. Entonces eso es lo que me duele mucho. Eso es lo que siempre he dicho, que nunca se borra eso. Y nosotras como indígenas, como mujeres, no podemos permitir que nos hagan eso”.
Este trabajo fue realizado con el apoyo de la International Women’s Media Foundation (IWMF) como parte del Fondo Howard G Buffett para Mujeres Periodistas
Este trabajo es parte de la serie “Matriarcas” disponible en el micrositio disponible en el siguiente enlace.