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Desplegar las alas tras las rejas: transicionar como mujeres en prisión
Andrea y otras mujeres trans narran cómo fue transicionar en la prisión, donde encontraron apoyo en las personas internas, pero enfrentaron discriminación de autoridades.
Para Roberto Alcántara,
con quien aprendí el significado de la libertad
Andrea Cárcamo llevaba un año en el Reclusorio Varonil Oriente cuando decidió transicionar. Era 2013 y entre aquellas paredes y pasillos beige, por primera vez, se sintió segura de ser ella misma. “Me dio seguridad para poder tener una pareja, para poderme poner un bilé, una falda, aunque me vea ridícula (…) me dio esa fortaleza de poder ser y hacer”, dice.
Cuando recién ingresó a prisión, Andrea Cárcamo comenzó a trabajar como mesera en una taquería y su expresión de género era como la de “un chico gay”, lo que generó confianza entre el grupo de mujeres trans que estaba dentro del penal. “Llegaban los de la población a comer ahí en la taquería y las mujeres, las chicas, se acercaban a mí porque les daba confianza, era un poco más amanerada. Yo me empecé a dar vuelo ahí, a ser muy sociable con la gente”.
Las otras mujeres trans privadas de la libertad fueron quienes inspiraron a Andrea para hacer lo que llevaba años pensando: vivirse como ella misma. “La misma gente, las mismas chicas de, por ejemplo, de mi zona, de donde yo vivía, me decían. Hay una chica en especial, que se llama Devora, que fue un parteaguas también, fue un parteaguas porque ella siempre me decía ‘Mana, ya vístete de mujer, ya da ese paso’”, recuerda.
Y no solo las que estaban dentro: las chicas que venían de visita fueron quienes le regalaron sus primeros artículos de maquillaje, bisutería y ropa: “A mí me lo empezaron a regalar las chicas de la calle, llegaban chavas con su bilé, su lapizito, con su rímel, y me decían. ‘Mana, sin que te ofendas, mira, está usado, pero toma, te lo regalo’”.
Una transición lenta
El cambio no fue de un día para otro. “Yo como que todavía entraba con un dilema de que decía ‘bueno’. Es una sociedad machista en la que estaba viviendo en la cárcel y ¿cómo?”. Pero el acompañamiento de las mujeres trans que estaban con ella, según cuenta Andrea, le hizo darse cuenta que se sentía cómoda y feliz con el cambio.
Su transición fue lenta. “Empecé así como que con la playerita más femenina, como que más escotadita. Y trabajando ahí, pues la gente se da cuenta. La gente de la calle, la visita, más que nada, los de la población igual, por ende”, dice Andrea.
Un día, Katya, quien vivía en la misma celda, la maquilló, “tan, pero tan bonito”, que quiso aprender a hacerlo por ella misma. “Ahí fue donde yo empecé a decidir mi transición”, recuerda.
A un año de haber ingresado a la cárcel, Andrea pudo materializar la imagen de ella misma que construyó poco a poco en su mente: “Yo ahí es donde empecé a decidir y a tomarme bien en serio que soy Andrea”.
En ese cambio sigiloso, pero radical, también comenzó a inyectarse hormonas que una amiga suya le conseguía y le daba “a escondidas” cuando iba de visita al penal. “Una chica me inyectaba una hormona por mes y yo ya solita me empezaba a inyectar dos hormonas directas en las chichis, en el brazo, en los glúteos. Yo sola, ya nada más agarraba hasta una Coca de lata para que no se me bajara la presión”.
Aunque tuvo que dejarlas por sentir dolor en los riñones y en el hígado, Andrea tiene ese recuerdo presente como una etapa importante y feliz. “Es un proceso bien hermoso, para mí ese proceso fue hermoso”, recuerda.
El rechazo a la identidad de género: desde la familia hasta la sociedad
Desde niña, Andrea se dio cuenta que pertenecía a la población LGBTTTI. Señala que vivió mucha discriminación por ello en su círculo cercano, especialmente con su familia: “Mi mamá no lo acepta, no lo acepta para nada. Mi entorno familiar, hermanos, amigos, tampoco”.
Cuando tenía tan solo 14 años, Andrea tuvo su primer novio y su familia se enteró. La obligaron a abandonar su hogar. “Mi mamá me dijo: “¿Sabes qué? Ya me enteré que andas con un chavo y aquí no acepto eso y pues vete de la casa”, recuerda.
Como ya trabajaba para pagar los gastos de la secundaria donde estudiaba, Andrea comenzó a rentar un local comercial, es decir, un espacio con un solo cuarto para vivir. Ella recuerda que trabajó en varias empresas, pero ocultaba su identidad y su orientación: “Si te admitían en un trabajo, pues ibas a hacer la burla… entonces era muy difícil, entonces yo me reservaba mucho mi homosexualidad”.
Esto no es una excepción. Según la Encuesta sobre Discriminación por Motivos de Orientación Sexual e Identidad de Género, ENDOSIG —cuya última edición fue realizada en 2018— 3 de cada 10 mujeres trans reportaron rechazo de su familia nuclear al informarles sobre su identidad.
Un cuarto de ellas dijo haber salido de forma temprana de su hogar debido al rechazo a su identidad. “Muchas se quedan sin sustento, en situación de calle, lo que las obliga a optar por el trabajo sexual”, señala Adriana E. Ortega, integrante de la organización feminista Intersecta.
En este contexto, Andrea admiraba a las chicas trans que llegaba a ver en antros o a conocer por amigos. Pero dice que nunca pasó por su cabeza ser una de ellas: por miedo, por terror a cómo la pudieran tratar, pues aún con la expresión de un hombre gay vivía mucha violencia. Andrea narra que “en la calle, pues tenía que vestirme de barba y todo por el trabajo, la gente… no era bien visto, pero yo no me sentía bien”.
Mujeres trans se apoyan en prisión
Dentro de los penales varoniles, la comunidad de mujeres trans se abraza y es uno de los principales lugares de acompañamiento entre ellas durante su transición. La razón, según explica la vicepresidenta de la asociación civil Almas Cautivas, Daniela Vázquez, es simple y compleja al mismo tiempo: se reconocen entre sí. “Cuando una persona trans llega a un centro penitenciario varonil, pues las mujeres trans la reconocen como su igual”, argumenta Daniela.
Almas Cautivas es una organización social de mujeres trans creada en 2013 para apoyar a la población LGBT privada de la libertad, aunque también apoyan a personas con discapacidad, originarias de alguna comunidad indígena o personas adultas mayores.
Después de que Ari Vera pasara cuatro meses en prisión por un delito que se le imputó, ella y Daniela se movilizaron para abogar por los derechos de poblaciones prioritarias.
“Tenía la intención de hacer algo por la población LGBTI que estaba en la cárcel, después de haber presenciado y de haber atestiguado lo que pasaba en una cárcel”, señala Daniela. Desde entonces, las mujeres trans organizadas han logrado avanzar en este reconocimiento y sensibilización, como por ejemplo, dejar de cortarles el cabello a las mujeres trans como “castigo”.
“Esto poco a poco lo han ido entendiendo, cada vez hay más respeto a la expresión de género, a que las mujeres trans puedan traer el cabello largo, puedan introducir ropa femenina, puedan introducir ropa interior femenina”, reconoce Daniela.
Este cobijo entre mujeres trans lo vivió Andrea de parte de Almas Cautivas, pero también de quienes la acompañaban en el encierro. Una de sus compañeras llamada Thalía fue quien le puso su nombre. Al principio, Andrea se hacía llamar “Estrellita” por un tatuaje que tiene, pero Thalía la llamaba Andrea, pues “le recordaba a alguien”. Andrea recuerda que un día “se sentó y se me quedó viendo y me dice: ¿Sabes quién es Andrea? Y le digo No, pues, ¿quién es? Eres tú, nada más que mi verdadera amiga Andrea ya se murió”.
Ella reconoce que esta convivencia con otras mujeres trans la hizo sentir cómoda para continuar con sus procesos y sus cambios, “pues ahí en la cárcel fue diferente. Me empecé a arreglar y todo, empecé a tener mis novios, me casé, mi esposo me dejó y tuve otra pareja que duré con él nueve años”.
De hecho, señala Daniela Vázquez, esto no sucede igual para quienes están privadas de la libertad y logran acceder a un cambio de reconocimiento de identidad de género en sus papeles oficiales, por lo que son trasladadas de centros varoniles a femeniles, como el de Santa Martha.
Daniela cuenta que “lamentablemente ahí no encuentran ese reconocimiento de parte de las mujeres hacia su identidad y sufren rechazo”, un rechazo que llega la exclusión social, por lo que Almas Cautivas ha recopilado casos donde “han sido aisladas para que no puedan tener contacto físico o por temor a que puedan tener contacto sexual con otras mujeres, entonces las han aislado y sí ha habido cierto rechazo y a veces hasta violencia física y verbal“.
En los penales varoniles, quienes las rechazan no es la población privada de la libertad, sino las mismas autoridades. Andrea sostiene que “recibes más discriminación de los custodios que de la población”.
Mientras apelaba la sentencia por falta de pruebas, en los primeros tres años de su estancia en la cárcel, Andrea “ya me empezaba a hormonizar, yo ya empecé a hacer mi cambio y todo eso y hasta la juez me dijo ‘Cárcamo Ramiro está modificando su apariencia física. Voy a tener que tomar medidas cautelares con usted porque sí se me podría dar a la fuga. Usted llegó como varón y ahorita ya se está travistiendo’, porque no me dijo ‘transexual’, dijo ‘se está travistiendo’”.
Los custodios también ejercían el mismo rechazo. “Empezar a hacer mi transición ahí adentro, imagínate los custodios. Empiezas a caminar y te empiezan a ver más femenina y todo eso y la gente piensa que vas a escapar del Reclusorio. También hay como una etiqueta ahí de ‘Oye, ¿por qué aquí tú sí te estás cambiando y por qué no lo hiciste en la calle?‘”
Cuando trabajaba de mesera en la taquería se dio cuenta de que “la población ve que eres lo más femenina posible que hay, eres una mujer”. Y esto se intensificó con la convivencia con otras mujeres trans: “Platicando con las chicas de mi celda yo las veía como mujeres”.
Aunque, según Daniela Vázquez, no todo siempre es amigable, ya que “por supuesto también hay rivalidades, ya que es un centro penitenciario, entonces no podemos pensar que es un lugar en donde todo sea paz y armonía, porque no lo es y esto también pasa en la población LGBTI”. Algo que Andrea también recuerda.
Ivana y el destino de una mujer trans en prisión
Ivana es una mujer trans que lleva dos años y tres meses en el Reclusorio Preventivo Varonil Oriente, el mismo que Andrea. De hecho, también se dedica a cortar cabello, y ahí se conocieron.
Ella, a diferencia de Andrea, ingresó a prisión como mujer trans y narra que su experiencia “Es rara. Por ejemplo, pues todos te ven: los custodios, los chicos que vienen desde el principio con uno, desde la aduana, pues obviamente como que todos se alejan de uno”.
Ivana vive en la Zona 2 del Anexo 8 del Reclusorio Preventivo Varonil Oriente, un dormitorio de 11 mujeres trans que conviven 24 horas al día por siete días a la semana, lo que según ella, a veces complica mucho la convivencia: “Acá dentro y acá afuera somos muy liosas, muy envidiosas, muy… de todo tenemos. Y yo platicaba hace un rato con una chica que, por ejemplo, aquí pues la verdad nadie se mete con nosotras. Nadie, nadie, ni los chicos, ni custodia, nada, nadie nos dice nada, y yo le decía a ella que por eso muchas de nosotras abusamos de pues nuestro poder, al final del día, que tenemos aquí”, señala Ivana.
Tal como Daniela Vázquez menciona, así como hay un acompañamiento muy específico entre ellas, también hay conflictos que son naturales en el contacto constante. Ivana ha intentado cambiarse de dormitorio, porque dice que “es hasta mejor, yo desde que llegué he querido pasarme a un dormitorio de chicos, pero no me dejan (…) Siento que es más relajado, siento que ellos son como más tranquilos con nosotras”.
Ella dice que, aunque sabe que existe la posibilidad de recibir un tratamiento integral para mujeres trans, no le gustaría tomarlo. “Sí tengo una compañera que sí la sacan, la llevan a Clínica Condesa, le dan su tratamiento. La sacan muy seguido a eso”. Su amiga se llama Valentina.
Ivana da un curso de barbería dentro del Reclusorio, también está estudiando la preparatoria y toma clases de ping pong. Dice que dentro de prisión hace exactamente lo mismo que estando en libertad. “No creo que haya cosas complicadas si tú quieres hacer las cosas bien. Lo mismo que hacía yo afuera es lo que hago acá dentro (…) Mi destino era llegar aquí y aquí estoy yo. Y si del cielo caen limones, hay que hacer limonadas, no hay más”, sentencia.
La población trans en la cárcel: datos
Desde hace muy poco tiempo podemos saber cuántas personas trans se encuentran privadas de su libertad. En 2021, la Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad, ENPOL, incluyó por primera vez datos sobre la identidad de género y la orientación sexual con la que se identifican las personas recluidas.
Con ello, se visibilizó que el 0.2 por ciento de la población privada de la libertad total del país se identifica como mujer trans, es decir, 536 de las 220 mil 477 personas en cárceles de todos los estados.
Adriana E. Ortega, integrante de Intersecta, señala que hay un momento en específico donde los niveles de violencia son altos contra mujeres trans, pues “lo que hemos explorado para mujeres trans es la detención y eso sí se recrudece mucho, si lo comparamos con la población en general”.
Por ejemplo, según la ENPOL de 2021, el 100% de las mujeres trans que fueron detenidas por el Ejército fueron víctimas de violencia durante esa detención, “y pues eso es como 20% más arriba que la población en general”, argumenta Adriana.
Y esto se intensifica al momento de su estancia en prisión. Comparado con mujeres cisgénero, las mujeres trans se sienten mucho más inseguras en sus celdas.
Debido a la falta de datos existentes sobre las vivencias de las mujeres trans privadas de la libertad, es complejo saber cuántas de ellas han decidido transicionar dentro y si recibieron atenciones adecuadas para este proceso.
Según datos de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México, obtenidos a través de la Plataforma Nacional de Transparencia, del 2000 al 2023, solamente hay registro de una persona que inició una transición durante su estancia en el Centro Femenil de Reinserción Social Santa Martha Acatitla.
Esto lo confirma Rita Sarabia Cruz, encargada del Programa De Atención a Personas Privadas de la Libertad LGBT en la Subsecretaría del Sistema Penitenciario, quien solo recuerda haber tenido conocimiento de este caso de transición.
Sin embargo, la asociación civil Almas Cautivas publicó en 2022 un libro titulado “Desde el alma: Relatos de vida de personas trans privadas de la libertad”, donde se visibiliza la historia de otras dos mujeres que transicionaron en la cárcel además de Andrea: Eli y Angie.
Y según informó la SEDESA a través de una solicitud de información, los servicios de salud que se otorgan en las Unidades Médicas de los centros penitenciarios son los mismos para personas trans que para el resto de la población: Medicina General, Odontología, Psiquiatría, Pediatría, Ginecología y Psicología.
Aunque Andrea decidió dejar las hormonas y no buscó ni recibió atención de parte de las autoridades, el testimonio de Angie recopilado por Almas Cautivas señala que, a través de una solicitud al Comité Técnico de la Penitenciaría de la capital de México, logró que las autoridades le permitan salir para recibir atención en endocrinología, psiquiatría, psicología y para realizarse intervenciones quirúrgicas médicas, así como Valentina, la amiga de Ivana.
Sin embargo, estos casos son excepcionales, ya que depende mucho del centro penitenciario y quien esté al frente de su administración, porque “ellas por ejemplo, sí han tenido apoyo de parte de las autoridades para que se les brinde terapia hormonal desde las instancias de Salud del Gobierno, las demás no. Las demás se lo costean ellas mismas”, explica Daniela.
Almas Cautivas está trabajando para que se considere esta atención como un derecho para todas las personas trans y que no dependa de otros factores. Señala Daniela Vázquez que “estamos nosotras impulsando con la Unidad de Salud Integral para las personas trans para que la hormonización pueda ser un derecho para todas las mujeres trans que así lo requieran”.
El avance hacia el reconocimiento de los derechos de personas trans en las cárceles existe, pero ha sido lento. “Era una práctica común, hasta mucho antes del 2013, en donde las mujeres trans llegaban y automáticamente les cortaban el cabello como una forma de castigo, una forma de castigo social”, recuerda Daniela.
La realidad de las leyes en México para personas trans
En la Constitución Política de la Ciudad de México, el artículo 11 establece a la población LGBTTTI y a las personas privadas de la libertad como grupos de atención prioritaria. Es decir “debido a la desigualdad estructural enfrentan discriminación, exclusión, maltrato, abuso, violencia y mayores obstáculos para el pleno ejercicio de sus derechos y libertades fundamentales”, por lo que las autoridades deben ejercer las medidas necesarias para eliminar estas barreras.
Además, la Ley Nacional de Ejecución Penal ordena en su artículo 4° que los procedimientos del sistema deben ser igualitarios y “no debe admitirse discriminación motivada por identidad u orientación sexual”. Y en su artículo 9°, señala que todas las personas que estén en un centro penitenciario deben recibir un trato digno del personal, sin estar diferenciado por razón de identidad de género, así como por origen étnico, edad, discapacidades o condición social.
Pero estas leyes se establecieron entre el 2016, que se publicó en el Diario Oficial la Ley de Ejecución Penal, y el 2017, cuando se creó la Constitución Política de la capital del país.
Desde entonces, como menciona Daniela Vázquez de Almas Cautivas, las cosas han cambiado.
Carlos Ruiz es el encargado de Atención a Grupos Prioritarios en el Reclusorio Oriente. Su trabajo es atender e identificar a personas que se encuentran en vulnerabilidad dentro de los penales: “ubicamos a las personas que tengan alguna vulnerabilidad, hacemos entrevistas y empiezo a notificar a las áreas pertinentes”, como al área médica o al Centro de Observación y Clasificación”, explica.
Según cuenta Carlos, aunque existe un programa general de atención a poblaciones prioritarias de la Subsecretaría del Sistema Penitenciario, como las comunidades LGBTTTIQ+, su implementación depende del perfil de cada persona privada de la libertad.
Aunque de cajón, narra Rita Sarabia Cruz, “en cada centro tenemos el área jurídica, tenemos una oficina de Derechos Humanos, tenemos compañeros psicólogos, criminólogos, trabajadores sociales”, y además, se implementan “más actividades en cuestión de capacitación para el personal, porque parte del objetivo del programa es establecer estos vínculos de promover y respetar los derechos humanos de las personas privadas de la libertad, de la población LGTB. Entonces estamos ahorita trabajando con la Universidad Autónoma de la Ciudad de México para realizar estas capacitaciones”.
Además, señala Rita, también realizan actividades culturales, como talleres de diversos tipos, como concursos de canto, fonomímica, actividades deportivas, así como cinedebates y eventos de conmemoración como el Día de la Visibilidad Lésbica o el Mes del Orgullo LGBT.
Los programas de atención consisten en mesas de asesoría jurídica que ofrecen asociaciones civiles, como el Colectivo Trans por la Libertad de Ser y Decidir o Almas Cautivas, además de pruebas trimestrales de Infecciones de Transmisión Sexual.
Después de años de lucha, la organización y colectividad de las mujeres trans logró que las autoridades penitenciarias reconocieran su existencia y dignidad, aunque todavía falta camino por recorrer, según Almas Cautivas.
La desobediente
Andrea es una mujer de baja estatura, morena. Tiene el pelo chino, las cejas finas y la boca grande enmarcada por labios delgados. Casi siempre usa lentes de sol y es de sonrisa fácil. Tiene apenas un año y dos meses que disfruta de su libertad, y en ella también se está encontrando a sí misma en el activismo, después de estar once años en la cárcel.
Lo primero que hizo al salir del Reclusorio fue rectificar sus papeles oficiales. Andrea muestra orgullosa su INE, que la reconoce como lo que es: una mujer. En estos 14 meses, se ha enfrentado con el estigma y la falta de apoyo para la reinserción social en México, pues es complicado hallar un empleo. Actualmente se dedica a cortar cabello a domicilio y dice que la ciudad está muy cambiada.
A pesar de que al principio extrañó la prisión, ahora sabe que vendrán cosas mejores, pues sus alas ya las abrió para volar.