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Feminicidios: El abandono de los huérfanos
Pablo aún conserva las cicatrices de las picadas de insectos que sufrió hace un poco menos de tres años, cuando su papá mató a su mamá y lo abandonó a él en medio de un cafetal en el occidente de El Salvador. Las marcas sobresalen de la ropa de dormir que viste esta mañana mientras sigue recostado en un viejo sillón.
-Lo encontraron unos pepenadores de café- dice Rocío, mientras observa con ternura a su nieto de cuatro años que luce inquieto por lo que ve en la pantalla de un celular. Se muestra curioso, grita.
Pablo, gordito y de cabello negro liso, tenía 19 meses de edad cuando fue encontrado tres días después del feminicidio de su madre. Estaba a menos de cien metros de la escena.
-A Pablo le gustaban las papitas fritas con salsa dulce, pero desde que asesinaron a su madre, la salsa dejó de gustarle- agrega Rocío.
Cuando el papá es el asesino, los menores son obligados, sin saber cómo, a asimilar el hecho en el que dos personas que la sociedad les enseña a amar incondicionalmente, uno le quita la vida al otro, reflexionará después Silvia Juárez, de la Organización de Mujeres por la Paz.
Y Pablo no ha logrado asimilarlo aún. Su abuela cuenta que el viento y el movimiento de los árboles son sensaciones que todavía le generan temor.
-Cuando está afuera de la casa y escucha sonidos fuertes rapidito se tapa los oídos con las manitos y sale corriendo a entrarse -cuenta María, la abuela materna, que ya ronda los 60 años.
Invisibles
Los niños y niñas huérfanos por feminicidio no existen en El Salvador. El Consejo Nacional de la Niñez y la Adolescencia (CONNA) es el único ente estatal que registra algunos de esos casos a través de las Juntas de Protección, que operan en cada departamento del país. De febrero de 2013 a noviembre de 2019, solo 26 niños y niñas fueron ingresados al sistema. La situación es peor en la actualidad, pues el registro dejó de funcionar desde 2020, según confirmó la misma institución.
El Estado no puede evitar que las mujeres sean asesinadas y tampoco puede brindar reparación a sus hijos. Durante 2019, la Fiscalía dio cuenta de 230 feminicidios. En enero de ese año ocurrieron 34, se trata del mes con más mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas en El Salvador. Una de esas víctimas era la mamá de Pablo.
En la última década, el reporte oficial de feminicidios en El Salvador es de 2,796.
La jefa de la unidad fiscal especializada de investigación de feminicidios, Graciela Sagastume, señala que cuando un niño o niña es encontrado en la escena de un feminicidio, la Fiscalía coordina con el área de investigaciones de la Policía para que se identifique si hay familiares adultos que puedan hacerse responsables.
Pero, ¿quién se encarga de reconstruir lo que la madre representaba para estos niños y niñas huérfanos? ¿Quién se queda a cargo? ¿Quién es ahora mi referente afectivo, económico, de protección y seguridad? ¿Quién responde ante la demanda afectiva? Se pregunta Juárez.
-Generalmente es otra mujer y eso va perfilando la responsabilidad de las mujeres de estar a cargo. La responsabilidad del Estado frente al problema no se asume –señala.
Cuando un menor de edad queda huérfano, su vida o destino es definido por lo que considere mejor el CONNA. Ya sea que el acta policial levantada en la escena del crimen indique que el niño o niña se quedó con un adulto o que fue traslado a la unidad de atención a víctimas de la Policía porque no había nadie que asumiera la responsabilidad, la obligación de la PNC es informar al Consejo que los huérfanos por feminicidio existen.
El Consejo realiza el trámite y lo determina bajo tres opciones: un hogar temporal, un resguardo institucional o el vínculo familiar más cercano.
Revictimización
Sobre una angosta cama hay una sábana y sobre esta un peluche y los juguetes que Luis dejó antes de partir a casa de sus abuelos. Sobre la pared cuelga un avión y un abecedario, con el que la mamá de Luis pretendía que aprendiera a leer.
Luis tiene cuatro años. Es delgado, con rostro perfilado y muy tímido. El compañero de vida de su madre le enseñó, a pesar de su corta edad, la disciplina. Sus zapatos lucen ordenados por pares y su mochila cuelga sobre la puerta del pequeño cuarto donde vivía con su madre. La forma de entretenerse, quizá, es muy distinta a la de la mayoría de niños. Más que videojuegos, le gusta armar rompecabezas, aprender palabras en inglés y las vocales.
Acá en este cuarto, Luis esperaba a diario que su mamá regresara de trabajar. Acá vivía ella, Luis y la persona con la que su madre había decidido compartir una relación, desde hace ocho meses, mucho después de separarse del papá de Luis.
Pero un día la mamá de Luis no llegó a casa: el domingo 11 de julio de 2021 fue asesinada en una céntrica calle de San Salvador; una cinta amarilla y cuatro marcadores de evidencia policial le mostraban a los curiosos la escena del crimen.
Las siguientes tres noches Luis no dejó de llorar, despertó por las madrugadas sintiendo que su mamá estaba en este cuarto. Señalaba por todos lados de la habitación y aseguraba que la miraba. Su padrastro lo tranquilizaba hasta que lograba que se quedara dormido otra vez.
Las inasistencias en la escuela comenzaron a hacerse constantes. Entre el trabajo, las citas con psicólogas y reuniones con el CONNA, el compañero de su mamá difícilmente tenía tiempo de llevarlo a la escuela como lo había hecho días antes, cuando ella aún vivía.
El CONNA resolvió que Luis se quedara, temporalmente, con la persona que su mamá había elegido sentimentalmente. El padrastro recuerda que cuando conoció a Luis, no le hablaba mucho; entendía que sentía miedo que también lastimara a su mamá, tal como lo hacía su papá antes de la separación.
Cuando las mujeres han sufrido un ciclo de violencia anterior al feminicidio, sus hijos e hijas perciben indirectamente estas agresiones y, en la mayoría de casos, tienden a volverse sobreprotectores por el mismo temor al que han estado expuestos, así lo explicaría después Sonia Gutiérrez, psicóloga del modelo de atención a víctimas de la Fiscalía.
-No podemos hablar de que un niño está fuera del contexto de la violencia sino que casi siempre está inmerso dentro de la violencia que se vive- advertirá.
Tras el feminicidio, Luis aprendió a compartir con el compañero de vida de su madre; pues ante la ausencia de ella y que su padre biológico permanece en prisión, él comenzó a llamarlo “papá”. Pasaron tres meses y Luis tuvo que dejar el cuarto que compartía con su madre.
A primeras horas de aquel 6 de octubre de 2021, sus abuelos maternos llegaron por él.
-Papá no me quiero ir -recuerda el padrastro que le dijo Luis, mientras caminaba tomado de la mano de su abuela.
La psicóloga dirá después que cuando un niño o niña se ve obligado a cambiarse de un hogar en el que ya estaba acostumbrado a compartir es un nuevo duelo. Si debe dejar el colegio o escuela por otra, también es otro duelo.
La directora del colegio al que había ingresado Luis este año relató que el centro educativo no había podido llevar su comportamiento y desarrollo diario después de la muerte de su madre por las grandes ausencias que había tenido.
-Es desastrosa la actitud que yo he observado, dijo la directora con tono de voz fuerte.
El caso de Luis ni siquiera entra en el CONNA, pues no hay registro de niños y niñas huérfanos por feminicidio durante 2021. Entre 2013 y 2020, el Consejo solo dio cuentas de 16 menores que fueron entregados a la familia de la víctima para ser tutelados. Mientras que otros 10 pasaron al cuidado de instituciones del Estado, entre 2015 a 2019.
Pablo y Luis, aunque son casos separados, tienen algo en común: ambos son niños menores de cinco años y quedaron a cargo de sus abuelos maternos.
Ivette Camacho fue la coordinadora nacional de psicología forense del Instituto de Medicina Legal durante 17 años. Su experiencia la lleva a concluir que mientras más pequeño es un niño o niña víctima indirecta de feminicidio, más difícil es asimilar la situación por la sensación de alto temor que enfrentan posterior al asesinato.
Explica que el desarrollo de estos niños tiene un pronóstico desfavorable, pues se complica cuando hay ausencia de un tratamiento psicológico y también de una red de apoyo.
-Si hay varios casos procesados judicialmente sería bueno investigar, ¿de qué manera el Estado garantiza que estos niños no queden en el abandono?, porque pasan a ser las víctimas olvidadas -dice.
El sistema judicial se encarga de penalizar el hecho, pero no del duelo del niño. El tratamiento debe estar enfocado a que los niños superen el duelo. La Fiscalía y la Procuraduría General brindan este tipo de atención, pero bastantes de esos casos ocurren en familias de escasos recursos que no cuentan con las posibilidades para trasladarse hasta una sede fiscal.
“Recuerdo un niño que vio cuando mataron a su mamá y me contaba que comían conejo, yo pensaba que porque había una conejera cerca y les daban conejo que les quedaba, pero lo que los niños comían eran las cabezas de sobra, con eso hacían sopa”, relata la psicóloga de la Fiscalía, respecto a uno de los muchos casos que ha atendido en su vida.
-Este niño tuvo que declarar a través de un biombo sabiendo que su padre lo escuchaba del otro lado -cuenta Sonia con la garganta atenazada.
Cuando una mujer es asesinada en El Salvador, ninguna institución del Estado, ni ningún sistema de protección social sume la carga económica, mucho menos reconstruye lo que significaba la víctima.
La expsicóloga de Medicina Legal cuenta que no todos los menores enfrentan la situación de la misma forma. Algunos deciden pensar en otra cosa mientras presencian el feminicidio. Y no es algo voluntario, su cerebro hace que su mente se fugue porque es demasiado doloroso lo que está viviendo y no puede resistir.
Recuerda el caso de un niño que procedía de una familia compuesta por su madre y su padrastro. Los tres vivían en un mesón. Un día, el hombre llegó alcoholizado y con un cuchillo en sus manos la atacó. Cuando este finalmente soltó el arma, el niño lo tomó y lo apuñaló.
-Cuando las autoridades llegaron a la escena, encontraron al niño sentado, con una aparente tranquilidad, pero en realidad, estaba traumatizado –asegura.
Los hijos e hijas sobrevivientes experimentan un proceso de duelo anormal, según esta psicóloga. Este tipo de duelo es impuesto, dice, mientras explica que la madre es separada de su hijo de manera impuesta y entonces estos niños con dificultad van a resolver ese duelo.
Víctimas y testigos
El Salvador no cuenta con un registro de los hijos e hijas de mujeres que fueron asesinadas y que son llamados a declarar como testigos. Todo se guarda únicamente en solo los expedientes, especifica la psicóloga de la Fiscalía.
Graciela Sagastume, la jefa fiscal, coincide en que la Fiscalía elabora un archivo del acta de investigación formal que levanta la Policía, sobre los hijos e hijas de las víctimas de feminicidio Pero esta información solo sirve como insumo del fiscal a cargo del caso.
“En el caso que dejamos con la abuela al menor, que tal vez vivía tres casas antes, ese registro no se lleva, al menos estadísticamente hablando”, dice la jefa fiscal a modo de ejemplo.
-En los expedientes físicos, la información la tenemos; pero por ley y por competencia no -agrega la fiscal en un arranque de sinceridad.
Sonia, la psicóloga, recuerda uno de los casos que le tocó atender en la sala de juegos donde busca establecer una relación de confianza con los menores que serán víctimas y testigos.
-Se le llevó pintura de dedo, el niño inmediatamente toma la pintura roja y pinta los zapatos del papá y las manos. En la muñequita, pinta las heridas que habían quedado en el cuerpo de su madre.
A la par del viejo sillón, Rocío cuenta que su nieto Pablo pasó mucho tiempo sin poder dormir bien.
-Mami, las hormigas. Las hormigas me pican. Hay hormigas aquí -cuenta Rocío que gritaba Pablo mientras despertaba por las madrugadas.
Este reportaje fue realizado con el apoyo de la International Women’s Media Foundation (IWMF) como parte de su iniciativa de ¡Exprésate! en América Latina.