Por Paula Rosales, desde San Salvador (texto y fotos)
Frida Sofía murió sola en su pieza en los populares condominios Saavedra, en la capital de El Salvador. Las autoridades forenses indicaron que fue un infarto. La encontraron sin vida el último domingo de septiembre. Su cuerpo inerte pasó tres días en el apartamento donde vivía, esperando. La propagación de “olores raros” por los pasillos grises del edificio fue la señal de alerta para llamar a la policía.
Frida Sofía murió en medio de maquinas de coser, telas y encajes que utilizaba para confeccionar delantales, gabachas, vestidos y blusas. Su familia no apareció para reclamar su cuerpo y sus restos corrieron el riesgo de ir a parar a una fosa común, donde reposan los cadáveres sin identificar, en el Instituto de Medicina Legal de El Salvador.
La historia de Frida Sofía se construye y reconstruye en colectivo, como si estuviera hecha de retazos de recuerdos dispersos sobre los que cada persona tiene su versión. Dicen que nació en el municipio de Izalco, 63 kilómetros al oeste de la capital. Evocan que tuvo una mamá de crianza y una hermana que aún deambula por las calles.
Su familia, la que está reunida en la funeraria para rendirle homenaje, son personas LGBTI+ y ex adictos al alcohol y a las drogas que provienen de diferentes grupos, parte de la organización Alcohólicos Anónimos (AA) en El Salvador. Una de sus premisas expresa que el anonimato es la base espiritual de sus tradiciones.
José Manuel, de 57 años, recuerda muy bien el día que conoció a Frida. Aunque reconoce que su memoria le falla, no puede olvidar la primera impresión que sintió cuando ella llegó al albergue “La Cachada”. Ese lugar se ha convertido en una suerte de redención para personas que padecen alcoholismo y drogadicción.
A pesar que ese encuentro sucedió hace 17 años, su voz se entrecorta al recordarla.
«Esa noche, ella levantó la mano y le dimos la bienvenida. Llegó bien pechita (delgada) y dio una señal de ayuda. Yo no sé andar viniendo a estos velorios, pero al recordar el estado en el que llegó y como salió después, nunca más volvió a beber».
Frida Sofía tocó fondo en la vida. Durmió en las calles, durante un tiempo realizó trabajo sexual, fue alcohólica y adicta al crack.
«Yo recuerdo a Frida como una persona que viene del infierno, de calabozos espirituales de donde no hay un poder humano que pueda sacarnos. Y ella siempre manifestó que los AA la habían rescatado», dijo a Presentes, Jaime A, está sentado en uno de los sillones de la sala de velación.
Con esfuerzo y la ayuda de sus compañeros, llegó a dejar todas las adicciones por 17 años. Y se convirtió en terapeuta para ayudar a luchar contra ellas. Según los testigos, fue una de las mejores. Decenas de hombres y mujeres siguieron sus consejos y, sobre todo, su testimonio.
«Ella tenía una terapia tan amena, una terapia de shock, contundente, tocándole la mente a la gente, tocando el ego, bajando el orgullo. Hablaba de la pared creada por el ego de un individuo soberbio, obstinado, el que no quiere aceptar su enfermedad y padecimiento de alcoholismo», recordó Jaime A.
Promotora de la vida
Su féretro de color celeste está adornado con flores de todos los colores. Girasoles, rosas blancas, amarillas y rojas como un homenaje a su lucha.
Frida Sofía ha muerto y de su imagen solo da cuenta una fotografía sobre el vidrio del ataúd. En la instantánea ella luce elegante, con su cabello rojizo, pendientes, una blusa de mosaico y una sonrisa tímida.
Las personas han llegado a rendirle homenaje. Guardan silencio, se inclinan en señal de respeto, y algunos, hasta se toman una foto frente a su ataúd para guardar el recuerdo del velorio de Frida Sofía, una mujer trans salvadoreña que se convirtió en una especie de heroína contra las adicciones en los barrios más populares de San Salvador.
La calle frente a la funeraria Casa Blanca, al este de la capital, está repleta de personas. Lxs dolientes forman pequeños grupos. Conversan, toman café, fuman cigarrillos y ríen. Parece una tertulia o el festejo de alguien, no un velorio, pero están homenajeando a una promotora de la vida.
En la diminuta sala de velaciones, iluminada por una luz blanquecina, algunos se atreven a cantar con guitarra o a improvisar el rezo de un santo rosario. En ese minúsculo espacio convergen vendedoras del mercado, que aún tienen su delantal abrazado a su cintura, y hombres con marcas en sus rostros que reflejan la rudeza de las calles.
La noche de la velación, Joselyn Paola, de 39 años entró sola a la capilla ardiente y se acercó al féretro para ver a su amiga por última vez. Estuvo unos segundos contemplando en silencio, luego salió con su rostro descompuesto por el dolor.
«Por Frida logré salir»
Conoció a Frida en su adolescencia. Dice que haberla encontrado hace 20 años, cuando ambas ejercían el trabajo sexual, cambió su vida. A Frida le gustaba mucho la música de Laura León, Ana Gabriel y Paulina Rubio. Juntas superaron el alcoholismo y mantuvieron su amistad por dos décadas.
«En la calle nos ven como menos, no nos valoran. Cuando llegué al grupo sentí que de verdad me querían. ‘Es mi familia’, dije yo. Aquí me aceptan tal como soy: maquillada, pintada, vanidosa. Antes nadie daba un cinco por mí, me quedaba tirada en las cunetas, pero por Frida logré salir. Me decía que yo tenía valor, por ella aprendí a ser honrada con el trabajo de mis manos».
Sus compañeros lucharon por una despedida digna. No era una persona sin identificar, ella era Frida Sofía. Las amistades y sus hermanos buscaron entre sus bolsas y carteras algo de dinero para colaborar en la compra del ataúd y el espacio en el cementerio La Bermeja, donde reposan sus restos. Frida Sofía ha muerto, sus restos descansan en paz.
Este trabajo fue realizado con el apoyo de la Fundación Internacional de Medios de Comunicación de las Mujeres como parte de ¡Exprésate!, su iniciativa en El Salvador y Guatemala.