Reporting
Guerrilleras a su pesar
A Jessica le cuesta mantener la mirada. A sus 17 años trata de sobrellevar los cuatro que pasó sufriendo abusos sexuales de su padrastro, una situación desesperada aderezada con la incredulidad de su propia madre, ante la que solo encontró una salida: unirse a la guerrilla colombiana.
Jessica quiere contar su historia, sabe que ahora, lejos de allí, de su pueblo en el Norte de Santander, lejos de aquel hombre que casi “le quita la vida”, puede soñar con una nueva y hasta, quién sabe, tal vez estudiar arquitectura, aunque lo que más tristeza le devuelve al rostro es pensar que ha perdido la confianza de su madre y puede que no vuelva a recuperarla.
“Como yo no era su hija él pensaba que podía abusar de mí cuando quisiera, empezó a hacerlo cuando yo tenía 12 años y mi madre no se dio cuenta hasta que yo tuve 16, pero ella me culpa de que no se lo hubiera contado antes”, relata desde su nueva casa, la organización Benposta, dedicada a velar por los derechos de los niños en Colombia, proporcionarles educación y refugio.
Ante la imposibilidad de encontrar comprensión dentro de su hogar, Jessica, que prefiere no dar su nombre real por seguridad, decidió unirse al Ejército Popular de Liberación, EPL, la tercera guerrilla del país, donde, como muchos otros menores que han sufrido violencia intrafamiliar, logró el amparo que no encontraba en casa.
“Allí me sentía segura. Con el arma en la mano me sentía poderosa, no sentía ese miedo de antes en la casa y en el grupo me ayudaban”, explica Jessica, quien dice que nunca tuvo una razón ideológica para sumarse a los milicianos, ningún otro motivo más que la huida del horror entre las paredes de su hogar.
Aunque estuvo a punto de morir en un combate con el Ejército, se le dibuja una sonrisa cuando piensa en aquellos dos meses que pasó entre los guerrilleros, y confiesa que a veces le gustaría regresar, pero no lo hace por no enemistarse más con su madre.
Pertenecer a un grupo armado le había devuelto la seguridad, hasta el punto de que un día decidió buscar a su padrastro y matarle con sus propias manos, algo que no sucedió porque su madre intervino a tiempo y denunció al EPL que su hija quería utilizar su arma como combatiente para acabar con su padrastro.
Así fue como finalmente abandonó la guerrilla hace apenas unos meses, y ahora trata de rehacer su vida entre otros jóvenes que, como ella, han sufrido los horrores de la guerra y sus circunstancias.
Jessica es una de esas 20.000 víctimas de abuso sexual que al año son reportadas a la unidad de Medicina Legal en Colombia, un número menor que los casos reales, ya que muchos no llegan a denunciarse, y, como explica la congresista del Partido Verde, Ángela Robledo, tienen un 94 por ciento de impunidad.
Pilar Rueda, asesora para la Comisión de Genéro de las Negociaciones de Paz en La Habana entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, insiste en que la mayoría de los menores que se integra a las filas de grupos armados lo hace por la falta de respuesta del Estado en casos como este. (EFE) (O)