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La valiente lucha por defender a las niñas y mujeres: la historia de Bea Salazar
Bea Salazar es una mujer feminista, activista y defensora del derecho a vivir libres de violencia. Está organizada en la Colectiva Feminista para el Desarrollo Local y la Concertación de Mujeres de Suchitoto.
Bea, como es mejor conocida, nació en una zona rural de San Salvador, pero el destino quiso que viniera a hacer vida a Suchitoto. Proviene de una familia numerosa. Su infancia la recuerda con cariño porque estuvo llena del amor de mamá y papá. “Me encantó mucho mi niñez”.
Nunca pensó qué quería ser de grande, simplemente vivía el presente haciendo las cosas que le gustaban como salir a pasear con sus amigos y amigas. Sus estudios se quedaron en el bachillerato. Sin embargo, se ha formado en temas relacionados al género, la atención y prevención de violencia, y la defensa de los derechos humanos de las niñas y mujeres.
Una de las violencias que más impotencia le causa es el acoso sexual y callejero a niñas, adolescentes y jóvenes. En otras reconoció la violencia estructural que golpea a las mujeres. “Mi vida cambió. Me preguntaba el porqué nos pasan estas cosas a las mujeres. Por eso decidí involucrarme en aspectos organizativos”.
Bea se nombró como defensora de derechos humanos a partir de una experiencia con el feminismo y una situación de violencia que la atravesó, y aunque esta no fue personal, sí tocó fibras sensibles en su cuerpo. “Fue por la historia de una niña de 12 años, se llamaba María. Murió en las manos de su agresor. Yo acompañé el proceso de investigación y me hizo pensar que las niñas y mujeres vivimos muchas situaciones de violencia”.
Para defender derechos, Bea tiene el apoyo de su familia; caso contrario de las personas de la comunidad, ya que en algunos momentos ha tenido que enfrentarse al rechazo de mujeres y hombres. “Hubo momentos difíciles donde me sentí amenazada, vulnerada y violentada”. Sin embargo, supo enfrentar estos desafíos y ahora es parte de la junta directiva del Sitio Zapotal, “siento que tengo aceptación, aunque no de la manera que yo esperaba, pero sí me tienen respeto, ya no es como antes cuando percibía rechazo”.
Tiene una rutina establecida, todas las mañanas se levanta muy temprano para ir a trabajar, pero antes de salir de su casa debe alimentar a sus mascotas. Previo a que las agujas del reloj marquen las 7:00 de la mañana, sale hacia la parada de buses para esperar el transporte público que la llevará a la Casa de las Mujeres en Suchitoto, ahí es donde hace lucha.
Bea defiende el derecho de las niñas y mujeres a una vida libre de violencias. “Acompañar y defender derechos significa valentía, determinación, coraje y empatía; pero también representa fuerza para mí misma”.
Las defensoras de derechos humanos también están expuestas a la violencia. Bea tuvo que enfrentarse a la violencia porque en estas instancias sólo reconocen como defensores de derechos humanos a aquellos que poseen un título académico como abogado, psicólogo o trabajador social. “Quienes hemos aprendido en el camino nos discriminan o consideran que no tenemos las capacidades necesarias”.
Aunque no tiene un título que acredite su labor, conoce muy bien las leyes que protegen a las mujeres y ha tenido la oportunidad de elaborar herramientas integrales para la atención y prevención de la violencia basada en género. “La Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres dice que una mujer que vivió una situación de violencia puede ser acompañada por la persona que ella decida, pero la principal limitante es que en las instituciones no reconocen esta figura”.
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Otro riesgo para su labor como defensora son los agresores de las mujeres a las que acompaña. “Aunque no con amenazas directas, pero sí me he sentido violentada por estos hombres. Bea expresa que el trabajo de las defensoras es estigmatizado, “nos dicen putas, rompe hogares y que les enseñamos a las mujeres a que mientan. En fin, somos las culpables de las «desgracias» de los hombres. Una vez acompañamos a una señora con su hija de siete años que fue agredida por un señor de 70 años y la familia de él nos dijo que si se moría que la culpa era de nosotras”.
Para Verónica Salazar, las organizaciones de mujeres tienen un lugar muy importante en su vida porque fueron las que le abrieron las puertas para convertirse en la mujer que ahora es, una que lucha por los derechos de todas.