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Los jóvenes que se suicidan en Ciudad Juárez, donde la vida vale muy poco
Luis tenía 16 años cuando tuvo su primer ataque de pánico. Fue durante la hora del recreo.
Sentía la urgencia de salir corriendo y esconderse. Entonces, fue al baño de la escuela y comenzó a provocarse cortes.
Las autolesiones se convirtieron en un hábito que sentía que podía controlar… hasta que tuvo otro ataque de pánico.
“Era como un globo. Puedes llenarlo de agua pero tiene un límite. Cuando se llena demasiado, estalla”, explica sobre sus sentimientos en aquel momento.
“Una vez que ha estallado en pedazos, ya no es un globo”, continúa Luis, hablando despacio, sentado en el sofá de su casa.
“Siento que eso es lo que me ocurrió. Pasé muchos años llenando el globo hasta que, al final, explotó”.
Violencia en casa
La familia de Luis no se vio directamente afectada por la violencia por drogas, a la que se vinculan muchos de los 10.000 asesinatos que se cometieron entre 2008 y 2011 en Ciudad Juárez, la localidad mexicana en la frontera con Estados Unidos.
Y, sin embargo, desde sus primeros años fue testigo de la violencia.
El padre de Luis fue asesinado cuando él apenas tenía un año. La madre de Luis lo mató. Fue condenada y encarcelada. Después de su puesta en libertad, murió bajo lo que el forense dictaminó como circunstancias sospechosas.
Luis tenía entonces 11 años.
Una noche, cinco años después, intentó suicidarse. Pero, al final, no lo hizo. Dice que no sabe qué lo detuvo.
“A veces me pregunto por qué no seguí adelante, si me sentía tan asustado. Me pregunto por qué no lo hice “, recuerda.
“La vida vale muy poco”
Luis forma parte de un número creciente de personas en Ciudad Juárez que han intentado quitarse la vida.
Uno de cuatro residentes ha pensado en suicidarse y uno de cada 10 lo ha intentado, según indica un estudio que elaboró el Centro Familiar para la Integración y el Crecimiento (CFIC), con el apoyo de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ).
Los jóvenes de entre 15 y 29 años son quienes más mueren por suicidios, revelan las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México (INEGI).
Los expertos dicen que, aunque cada caso es diferente, la violencia prevalente en Ciudad Juárez es un factor que contribuye significativamente.
Oscar Armando Esparza del Villar está a cargo de un programa de doctorado en psicología que analiza problemas relacionados con la violencia.
“Existe la sensación de que la vida no tiene el mismo valor que antes”, explica. “Cuando vives en esta cultura donde tu vida no se valora como antes, el suicidio puede parecer una opción para quienes tienen síntomas de depresión o problemas en sus vidas”.
“Muriendo por dentro”
Luis dice que, en su caso, fue un proceso gradual. “Es como cuando apagas las luces en casa. Comienzas por la planta de arriba, después sigue la de abajo, luego las luces exteriores”, explica.
“Sentí como si algo se apagara dentro de mí. Como cuando te dicen que estás muriendo por dentro”.
Luis dice que también tenía síntomas externos notorios, como “la manera en que me vestía, los cortes en mis brazos, mi expresión triste”.
Sus profesores detectaron los síntomas y avisaron a Rubén, el tío abuelo y guardián de Luis.
Rubén llevó a Luis al CFIC, uno de los centros que ofrecen ayuda a personas con pensamientos suicidas y a sus familiares. Desde el organismo le ayudaron. Ahora Luis trabaja como mesero y sueña con volver a estudiar.
La directora del centro, Silvia Aguirre, dice que es como si la violencia se hubiera impregnado en toda la ciudad.
“La violencia tiene dos maneras de manifestarse. El nivel más alto de violencia externa es el homicidio; el nivel más alto de violencia interna es el suicidio “, asegura.
Dolor oculto
Aguirre dice que los mexicanos todavía no han aprendido a procesar el dolor que se deriva de ambos tipos de violencia.
La especialista dice que la cultura mexicana y su celebración de la muerte durante las emblemáticas celebraciones del Día de Muertos les ofrece a veces a los extranjeros una idea equivocada.
“Le mostramos al mundo que para nosotros la muerte es una cuestión de Catrinas [los esqueletos femeninos que representan a la muerte durante esos festejos], de reunirnos con la familia y de comer para recordar a nuestros difuntos”.
“Eso es parte de nuestra cultura. Pero hay otra parte oculta en donde nos tragamos el dolor “.
“México está dormido. Prefiere dormir a aceptar el dolor”, añade.
El CFIC ha tratado de concientizar a la gente sobre las señales de advertencia. Eso fue lo que motivó una campaña para prevenir suicidios y una nueva línea de ayuda telefónica que lanzó la institución el año pasado.
El centro también organiza talleres para familias desamparadas que no lloraron la muerte de sus seres queridos.
Miguel Ángel Esparza y su mujer, Patricia Moreno, fueron a uno de esos talleres.
Su hijo, Eduardo, tenía 21 años cuando se quitó la vida. No dejó ninguna nota y dicen que no saben por qué lo hizo.
A Eduardo le quedaba tan sólo un mes para terminar su título de enfermería. Durante la ceremonia de graduación, sus compañeros colocaron una imagen suya en una silla para la foto oficial.
Sus padres enseñan el diploma con orgullo.
“En el taller nos enseñaron que él estará con nosotros para siempre. Nos enseñaron a verlo en una flor, en un jardín, en una mariposa, en cualquier cosa que nos inspire”, dice Patricia.
“Me ha ayudado mucho. Le recuerdo con dolor, pero de forma linda “.
Irene Caselli estuvo en Ciudad Juárez en 2016 como parte de la iniciativa “Adelante” de la IWFM(International Women’s Media Foundation), que apoya a mujeres periodistas que trabajan en América Latina.