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México, la crisis de refugiados ignorada
Dice que se llama Héctor David, que tiene 28 años, que es de Honduras y que era pandillero, hasta que un día le mataron a su hijo de ocho años y su mujer acabó en un centro para enfermos mentales. Dice que se escapó otras veces, pero tuvo que regresar, una vez después de que le enviaran un vídeo con los dedos amputados de su padre, quien había sido secuestrado junto con su madre. Y dice que ya nadie de su familia vive en su país, o están muertos o huyeron. Por eso, cuenta Héctor David, ha pedido asilo político en México. “Es mi última oportunidad”, afirma.
Otro es Marcos Tullio, un salvadoreño de 27 años. Narra que antes de escaparse de ese infierno en el que nació trabajaba en una empresa bananera y que las pandillas lo amenazaron varias veces, pidiéndole dinero que no tenía. Que le hubiera gustado ir a EEUU, pero que ahora, con Trump, se va a quedar en México. “Si regreso a El Salvador, me matan”, asevera este joven, quien viajó con su mujer y seis niños. “Dos son hijos de mi hermano. Él y su mujer fueron asesinados por las maras”, cuenta, y pide que no le fotografiemos el rostro, pues ni donde está se siente seguro.
DEAMBULANDO DURANTE MESES
Personas con esta desesperación a cuestas se juegan la vida a diario en el sur de México, en una frontera reconvertida desde hace tiempo en un pandemónium migratorio en tierra y cada vez más escenario de una ignorada crisis de refugiados. Tan solo entre septiembre del 2015 y el mismo mes del 2016 el número de personas con estatus de refugiado reconocido por México aumentó un 214%, según datos de Acnur -el organismo de la ONU para los refugiados- basados en información de la gubernamental Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados. Un fenómeno que se visibiliza en las cifras, pero también en la calles de la ciudad fronteriza más grande de Chiapas, Tapachula, por donde muchos deambulan durante meses a la espera de que se procesen sus solicitudes.
Los observadores y las oenegés lo ven como consecuencia de los niveles nunca antes vistos de la violencia en el Triángulo Norte de Centroamérica -El Salvador, Honduras y Guatemala-y de la porosidad de la frontera mexicana, con sus más de 300 cruces clandestinos. Pero también por la puesta en marcha en México del controvertido Plan Frontera Sur, un operativo policial que fue presentado como un proyecto para proteger a los migrantes pero que de facto les dificulta la continuación del viaje hacia EEUU una vez entrados en México. Tanto que el plan, anunciado por Enrique Peña Nieto en el 2014, ha tenido el pleno apoyo de Washington.
NUEVAS RUTAS, MÁS ‘COYOTES’
“A partir del Plan Frontera Sur, con los nuevos retenes policiales en los pasos más concurridos, las rutas hoy son muchas más y los traficantes también”, observa Elvira Gordillo, abogada especializada en trata de seres humanos. En efecto, los emigrantes ya no solo entran por el río Suchiate, que atraviesan a nado o en balsas conducidas por ‘coyotes‘ (traficantes). Ahora, entre los caminos alternativos también está la llamada ruta de la Selva, que requiere días y días de camino hasta llegar a los pueblos mexicanos de Comitán y Palenque. Otra es la ruta del Pacífico, una peligrosa travesía en barcazas que empieza en Ocós (Guatemala) y acaba kilómetros más arriba sin que nadie sepa mucho de ella.
Dice Juan Antonio que para escapar de la ‘ migra‘, la policía de migración de México, se ocultó entre los matorrales y caminó un día, pero que, llegado a La Arrocera -municipio de Huixtla, siempre en Chiapas-, unos bandidos los asaltaron a él y a su hermano, los desnudaron, les robaron y los golpearon. “No sabíamos qué hacer, hicimos lo que nos dijeron”, relata este joven salvadoreño de 17 años. Ana López, de 22 años, también originaria de El Salvador y que viajaba en grupo, también se enfrentó a esos diablos ocultos detrás de un pasamontañas. “Solo que a mí también me manosearon”, cuenta.
LAS MUJERES, LAS MÁS VULNERABLES
“EEUU no quiere que se vayan para arriba. Por eso están intentando quedarse acá. Es inevitable. En el Triángulo Norte, la gente está huyendo en masa por las pandillas y las mujeres son los sujetos más vulnerables”, recalca Elsa Simón Ortega, directora del centro Por la Superación de la Mujer. “Otro es el caso de los niños. Por los retenes, muchos se quedan varados en el sur”, añade el activista José Ramón Verdugo. “Para sobrevivir, acaban en redes de explotación laboral, o peor, en la prostitución”, agrega Verdugo, fundador del albergue Todo Por Ellos. “No quiero pensar qué pasará si EEUU cierra completamente la frontera norte”, apunta Simón.
El año pasado, alrededor de 110.000 personas huyeron del Triángulo Norte, cinco veces más que en el 2011, según Acnur, que calcula que entre 300 y 400 centroamericanos cruzan a México cada día. “Es necesaria más cooperación entre las naciones de la región (…) El fenómeno ha tomado una dimensión tan grande que un solo país no puede lidiarlo solo”, se queja José Samaniego, el responsable de la organización para Centroamérica.
LLEGAN TAMBIÉN LAS MARAS
En realidad, ni México les recibe con los brazos abiertos. “Del 2010 al 2015 las deportaciones desde México hacia países del Triángulo Norte han aumentado considerablemente. A Honduras crecieron un 188%, a El Salvador un 231% y a Guatemala un 145%”, se lee en un reciente informe de Amnistía Internacional (AI). “Hay pruebas abrumadoras de que estas personas se enfrentan a la violencia extrema y quizá a la muerte si no se les reconoce la condición de refugiado”, argumenta AI. No obstante, a pesar del enorme número de solicitudes de asilo en México (+1000% desde el 2011), menos de la mitad son aceptadas.
Y eso que, en Tapachula, una ciudad de eterno calor y caos, hace tiempo que han llegado también las maras de las que los salvadoreños y hondureños huyen, según confirma el agente Hugo Alberto Rivera. “En estos últimos cuatro años, desarticulamos a 20 bandas”, afirma este este miembro de la Policía Fronteriza, una unidad de 120 elementos cuya tarea de proteger a los migrantes tampoco parece producir efectos llamativos. “Tanto que hace tres semanas mataron a varias chicas en los bares (de prostitución) de la ciudad”, añade Simón.
Este reportaje ha sido realizado con el apoyo de IWMF ( Internacional Women’s Media Foundation)