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«No venimos a bailar»: el ejercicio político comunitario de las mujeres garífunas guatemaltecas en Livingston
La ausencia gubernamental es un problema que las mujeres garífunas guatemaltecas enfrentan con una ciudadanía activa, pese a los estereotipos, prejuicios, machismo y falta de voluntad política que enfrentan en sus comunidades.
La población garífuna es menos del 1 % de la población nacional, aunque en Livingston son 19,529 personas y un poco más de la mitad son mujeres.
Diana Martínez Leyva recuerda que, hace unos años, cuando ella y otras mujeres llegaron a un evento en Morales, Izabal, un funcionario de la alcaldía se acercó a preguntarles por los tambores y el baile. «No venimos con tambores, y no venimos a bailar», respondió Diana con firmeza. «Queremos un acuerdo municipal a favor de la mujer garífuna y afrodescendiente». Esta es una de las batallas que las mujeres garífunas aún siguen librando.
Es lunes 21 de noviembre de 2022, al mediodía, y el restaurante «Las tres garífunas» está lleno. Turistas y trabajadores de paso por Livingston ocupan las mesas. Platos con tapado, machuca y rice and beans llegan desde la cocina, dejando un rastro de olor a mariscos, coco y frijoles. Diana, una de las copropietarias del restaurante, acaba de regresar de un seminario de empoderamiento económico para mujeres que ayudó a organizar, y debe prepararse para una feria de emprendimiento a la que acudirá al día siguiente, pero ese día también sustituye a la cocinera, que no pudo llegar a trabajar.
«Yo me baño temprano, y antes de dormir (en la noche), sino no tendría tiempo ni para bañarme, mamita», dice Diana sonriendo, en su voz grave y pausada, mientras revisa mensajes en su teléfono móvil y organiza pendientes.
Diana tiene 47 años y vive en Livingston, uno de los cinco municipios del departamento de Izabal (350 kilómetros al noroccidente de la capital guatemalteca). Este puerto del Caribe guatemalteco, según las estimaciones y proyecciones del Instituto Nacional de Estadística (INE), tiene 82,339 habitantes. La mitad son mujeres.
«Este es el único lugar de Guatemala donde conviven cuatro culturas en armonía», dice Diana. Se refiere a que en Livingston conviven mestizos, q´eqchies, garífunas y personas con raíces en India. Ella es una de las 19,529 personas en este municipio que se identifican como garífunas, según datos del INE de 2018 ( son el 9 % de la población del municipio, conforme datos del Concejo Municipal).
«Si volviera a nacer, volvería a nacer garífuna»
Diana usa varios sombreros, figurativamente hablando. También es activista por los derechos humanos de las mujeres, representante legal de la Asociación Afroamérica XXI, resguarda un jardín botánico, y lidera un programa de emprendimiento. «Mi pasión es trabajar por los derechos humanos de las mujeres, pero soy empresaria también, soy emprendedora», dice, mientras explica que su activismo en Livingston tiene relación directa con el amor por su cultura.
«Amo mi cultura», agrega. «Si volviera a nacer, volvería a nacer garífuna». En 2022, el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (Conap) le entregó un reconocimiento por conservar el ambiente desde la cosmovisión garífuna.
La voz de Diana es grave. Habla vocalizando cada palabra lentamente. Entiende el idioma garífuna desde niña, pero aprendió a hablarlo hasta que cumplió 18 años. Por eso, quiere crear una escuela donde las y los niños garífunas escuchen, hablen, lean y escriban en su propio idioma.
«Será por la posición geográfica en la que estamos que creen que somos extraterrestres, y que Livingston no es Guatemala», dice. «Nosotros estamos en el municipio, en la cabecera departamental; somos parte de la historia y queremos que realmente se nos tome en cuenta». La población garífunas está en todos los departamentos de Guatemala, pero la mayoría están concentrados en Guatemala e Izabal. Son el 0.13 % de la población a nivel nacional.
Para llegar a Livingston se requiere llegar a Puerto Barrios por tierra, después de cinco horas (si no hay embotellamientos), y un viaje en barco de unos 45 minutos, o un trayecto por tierra de casi diez horas si se ingresa por Belice.
Hace casi diez años la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) proclamó el Decenio Internacional de los Afrodescendientes, con el lema «reconocimiento, justicia y desarrollo». Guatemala es uno de los 51 estados fundadores de la ONU. «(Y hasta la fecha no tenemos) reconocimiento, ni justicia ni desarrollo», sentencia Diana.
La formación y participación política
La temperatura en Livingston ronda los 30°C en octubre. En una sala pequeña, en la sede de la Asociación Afroamérica XXI, se acomoda un grupo de mujeres que planifica la clausura de algunos proyectos de la Asociación. Dos ventiladores giran sin descanso, y producen la única brisa que corre por la sala, mientras ellas se ocupan de anotar, algunas en laptops, otras en libretas, las tareas que tendrán.
El zumbido de los ventiladores es silenciado por las animadas voces que proponen y discuten con tonos firmes y directos. Una de las mujeres tiene sobre las piernas a un niño pequeño. Otros niños entran y salen del recinto, esperando que termine la reunión.
En un sofá, al fondo de la sala, Estefani Silva y Suseth Gamboa comentan lo que han aprendido en la Escuela de Formación Política. Estefani menciona, «nuestros derechos como mujeres». Suseth asiente. «Antes no tenía el conocimiento sobre los derechos de la mujer en la política», dice. «También que hay que pelear por nuestros derechos como mujeres para que [todos] sepan también que tiene que haber igualdad».
Según Oxfam, Guatemala padece uno de los niveles de desigualdad más altos del planeta. Las mujeres tienen tres veces menos representación en las diputaciones, al igual que los pueblos indígenas. Además, ellas realizan cinco veces más tareas domésticas y de cuidado que los hombres. Datos del INE revelan que el 60.63 % de las mujeres garífunas se dedican a trabajo doméstico, cuidados o estudio como labor principal, mientras que sólo el 5.11 % de los hombres lo hace. Asimismo, poco menos de un tercio de las mujeres garífunas estudia, como labor principal, en contraste con al menos la mitad de los hombres.
«Tenemos esa venda de que la mujer solo sirve para estar en casa, que solo sirve para criar hijos, para parir hijos, para la cama», dice Diana. «Nos enclaustran y nos meten ahí en ese círculo y nos ponen esa venda (…). Yo les digo a las compañeras que no tengan miedo de ser empresarias, pero que también pueden hacer activismo o participación política. Sus negocios las van a apalancar (a sostener). (Les digo) que no tengan miedo de participar en la sociedad, porque de eso se trata».
Desde la organización, las lideresas garífunas identificaron la necesidad de involucrar a las mujeres en espacios de incidencia.
Para Diana, el activismo se hace ad honorem. Ella, que ha vivido en Honduras y Estados Unidos, además de en Guatemala, cree que se puede lograr desarrollo para todos, en colectivo y especialmente para las mujeres, por medio del fortalecimiento de capacidades y la solidaridad que distingue a su cultura. Añade que la independencia económica es necesaria, pero que también es importante la participación política. «Todo va de la mano; es increíble», dice.
Es a lo que todas las activistas garífunas le apuestan de cara a la ausencia o inacción gubernamental, y a la falta de representación femenina en las organizaciones, según Gloria Núñez de Silva, otra cofundadora de Afroamérica XXI.
«El machismo es prevalente, y ellos (los hombres) están acostumbrados siempre a dirigir todo en las esferas organizacionales», dice Gloria.
Desde la organización, las lideresas garífunas identificaron la necesidad de involucrar a las mujeres en espacios de incidencia. Así iniciaron la escuela, un espacio de formación política semanal, que durante diez meses fue dirigido exclusivamente a mujeres. El proyecto concluyó su segunda edición en noviembre de 2022. Estefani y Suseth son dos de las 19 mujeres que siguieron este proceso.
Ambas hablan con decisión, y de manera pausada, eligiendo los términos y con un vocabulario variado, intentando que les comprenda bien quien les entrevista. Para Gloria este es uno de los indicadores del éxito del programa, que las mujeres puedan expresarse y lo hagan. Es el resultado que buscan con la formación política. Según Estefani, si a las mujeres aún se les asigna la carga doméstica, y ellas organizan y lideran los hogares, con más razón debería de ser así en lo político. «Tal vez estaríamos mejor con mujeres en el gobierno», dice mientras ríe.
En la identificación de la jefatura de los hogares garífuna en comparación con el resto de los pueblos que componen Guatemala es más bajo el porcentaje donde se les identifica a ellos como «jefe del hogar», según el INE. El 68.95 % de los hogares garífunas indicó tener como jefe de hogar a un hombre y el 31.05 %, a una mujer, según el XII Censo de Población y VII de vivienda 2018 del INE.
Suseth y Estefani coinciden en que hablar contribuye a encontrar la solución a los problemas comunitarios, como la falta de energía eléctrica o la falta de agua potable, frecuentes en Livingston. También señalan que es necesario conocer cómo funcionan las instituciones, para saber a dónde ir, qué hacer y cómo encontrar apoyo.
Estefani fue una de las cinco guatemaltecas participantes en el encuentro del 30 aniversario de la Red de Mujeres afros, afrolatinas, afrocaribeñas y de la diáspora, en Brasil, en noviembre pasado. Ahí se encontró con otras mujeres latinoamericanas que han sido amenazadas por su activismo. «Nosotros no recibimos eso», dice. «No es tanto por ser garífuna, pero se recibe alguna amenaza por el simple hecho de ser mujeres».
Aprender a usar y defender la voz es una de las grandes enseñanzas mutuas en la asociación. Jissel Flores tiene 21 años, y participa también en la escuela de formación política. «Antes yo era tímida para pedir la palabra, pero ya cuando uno empieza a tener el conocimiento, ya uno ya sabe qué decir», comenta, mientras deja por un momento el archivo que tiene abierto en la computadora. Jissel también es la asistente financiera de la asociación.
«Estamos haciendo historia»
Algunas de las personas más conservadoras de la comunidad se molestaron cuando las mujeres de la Asociación Afroamérica XXI decidieron emprender un proyecto para comprar una lancha y que las mujeres la condujeran.
«Alguien me dijo que manejar lancha es de hombres; ese es un criterio machista», dice Diana. «Nosotras estamos haciendo historia con todo esto, pero es recibido con críticas, a pesar de que no solo es otra forma de ingreso sino también de empleo para quienes manejan». Es otra alternativa para la participación económica de las mujeres garífunas, de las que sólo 33 de cada 100 tiene un empleo remunerado, en contraste con 74 de cada 100 hombres, según el INE.
Jissel es una de las seis mujeres del Comité de Mujeres Lancheras Garífunas de Livingston, que también preside, y cuyo objetivo es la autosuficiencia y el beneficio colectivo. «(Es para) no depender de alguien, para que tengamos algo de qué beneficiarnos, para que podamos sobresalir, y que se vea también que hay mujeres que queremos salir adelante y que podemos», dice.
El comité ofrece tours hacia los sitios turísticos más conocidos de los alrededores, Tinamit Maya, el Golfo de Río Dulce, Quehueche, la Playa de la Vaca y otros. Para las mujeres que conducen las lanchas, ofrece algo más. «Es una adrenalina súper», dice Jissel, quien también enfatiza la importancia de dar un servicio adecuado, seguro y cómodo.
La asociación les permite hacer una inversión que sería difícil de encarar para una sola persona, especialmente si no tiene ahorros o respaldo crediticio. Diana dice que la lancha más barata puede llegar a costar alrededor de 135,000 quetzales.
Las mujeres se esfuerzan por crear oportunidades económicas en una población sin otras alternativas. La pesca y los servicios turísticos son las dos actividades más importantes para la población de Livingston, pero en Guatemala, el 61.6 % de las personas viven en pobreza multidimensional, incluyendo la población garífuna y especialmente las mujeres, quienes tienen menos acceso a trabajo remunerado.
Livingston Emprende es un proyecto cooperativo que Diana inició con diez mujeres. Actualmente participan 25 en lo que se ha convertido en un club de ahorro, donde se fomenta la disciplina, la puntualidad y se realizan pequeños ejercicios de préstamo e inversión. La organizadora afirma que estos ejercicios preparan a las mujeres para enfrentar mayores responsabilidades y asumir riesgos más grandes.
«Las condiciones son muy precarias, y ves en las nuevas generaciones posibilidades de mejorar la participación económica y la distribución de tareas en los hogares», dice Diana. Como la introducción de las mujeres lancheras, hablar de estas posibilidades, y de los derechos de las mujeres, no siempre es bien recibido.
Diana dice que la han acusado de pervertir a las mujeres por enseñarles sobre sus derechos. «Nosotros también hemos tenido una cultura del silencio; no nos gusta denunciar la violencia física, no nos gusta denunciar nada de eso, y yo les digo: denuncien, sean libres, estudien, trabajen», dice. Eso ha causado que los esposos de algunas mujeres se quejen porque sus esposas van a las reuniones y por ello dejan de atender sus hogares.
«Pero no voy a dejar de hacer lo que hago, y no voy a dejar de predicar todo con el ejemplo», asegura Diana.
Los cambios que ha provocado este proceso de formación también han implicado exclusión. «Anteriormente yo mucho me juntaba con hombres, y llegó un momento de que yo empecé a decir mis derechos y empezaron a decir “a vos te hace mal estar juntándote con esa gente porque ahora te defendés”», dice Jissel. «Ven que ya uno tiene otra mentalidad. Entonces, ya no lo tratan como cualquier persona, sino que ya lo empiezan a tratar como con respeto. Incluso algunos hasta ya no quieren ni hablarle a uno; lo excluyen a uno porque uno ya sabe cómo defenderse».
Diana y las demás lideresas garífunas están dejando huella.
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Este reportaje fue realizado con el apoyo de la International Women’s Media Foundation (IWMF) como parte de su iniciativa ¡Exprésate! en América Latina.