POR LISSETTE LEMUS
Un vestido corto, medias transparentes y unas zapatillas. Un peinado deslumbrante y un elaborado maquillaje. La batuta se mueve y su cuerpo gira al ritmo de la trompeta y el tambor. Una rutina de baile que se convierte en el centro de las miradas mientras desfila y baila por las calles de la capital.
A la distancia, entre la multitud, camina María, una mujer mayor que le sigue los pasos tomada de la mano de una niña de 15 años, ya que padece de problemas visuales. Cuando llega al lado de la exuberante bailarina, la toma de la mano y le dice: “Qué bonito te ves, hijo”.
La bailarina se llama Óscar Álvarez y tiene 18 años. Cumplió su sueño de bailar en las calles de San Salvador en el desfile para conmemorar el Día del Orgullo Gay realizado en julio pasado, junto a las “Cachiporristas por la Paz y Unidad LGBTI (Lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales)”. Este es un grupo de bailarinas conformado por integrantes de la población LGTBI y nació como una iniciativa que les permita mostrar su talento en diferentes actividades.
“Yo me denomino bisexual”, expresa con seguridad Óscar, explicando que le gustan tanto hombres como mujeres. Sin embargo, ante la pregunta con quién le gustaría vivir en pareja, no duda en decir que con un hombre.
Aislinn Odalys, activista independiente de la población LGTBI, explica que la bisexualidad es la atracción romántica y sexual dirigida por una persona tanto hacia los hombres como a las mujeres.
En El Salvador, a pesar de los esfuerzos de diversos sectores de la sociedad, el matrimonio igualitario no ha conseguido pasar de ser una propuesta. Existen dos demandas admitidas por la Sala de lo Constitucional en espera de resolución. Además, los activistas explican que tampoco existen datos concretos sobre el número de miembros de la comunidad y que ningún censo se ha dedicado a esta tarea.
“Se nos vulneran nuestros derechos al no reconocer el matrimonio igualitario, tampoco tenemos una ley que nos proteja de la discriminación, el estigma y la exclusión, ni una ley de identidad”, agrega la activista.
Óscar explica que atracción por su propio género la descubrió cuando tenía diez años. “Me sentía confundido, había una niña que me gustaba; pero también, me gustaba un niño”, explicó. A los 13 años, Óscar tuvo su primera novia; sin embargo, su corazón se inclinaba por un muchacho, así que tomó la drástica decisión de no volver a hablar con ella.“Fue confuso y yo fui inmaduro por no explicarle nada a ella, pero fue ahí donde descubrí que me gustaban más los muchachos que las mujeres”, confesó.
La primera vez, como en todo, trasvestirse no fue fácil. Óscar se levantó muy temprano para dirigirse al primer paso de la metamorfosis: el maquillaje.En el mundo de la población LGBTI hay estilistas que se han hecho un nombre para este tipo de transformaciones. Uno de ellos es Dexa, que ese día tenía en agenda al menos a 15 integrantes de la comunidad gay que participarían en el desfile
Dexa ya está acostumbrada a la presión, se muestra serena mientras, con un aire de diva, atiende a sus clientes entre cajas de maquillaje, labiales, sombras y un montón de pelucas en tonos rubios, castaños y negros que han sido colocadas cuidadosamente en el piso.
El nerviosismo de Óscar era evidente al entrar al pasillo de una disco gay que serviría de salón de maquillaje, improvisado para la ocasión. Oscar era uno más en la lista. Aunque el desfile estaba programado para las 2:00 de la tarde, el maquillista empezó sus labores desde las siete de la mañana.
Con un espejo escondido en la bolsa de la calzoneta, Óscar se sentó en la silla destinada para el primer paso. Su rostro reflejaba temor y parecía que aquel asiento era el banquillo de los acusados. El proceso de transformación es largo. Inicia con la colocación de cinta adhesiva alrededor de la cabeza que sirve más adelante como soporte para la peluca. Esta debe ir tan apretada que, según Óscar, usualmente después de un rato provoca dolor de cabeza.
Un baño lúgubre de la disco fue improvisado como vestidor. Allí fueron cayendo poco a poco la camisa, calzoneta y zapatos de hombre que vestían a Óscar para enfundarse en varios pares de medias y un pequeño vestido blanco con rayas rosadas y celestes.
“Yo no voy a usar cuerpo, solo brassiere y medias” explicó. Con “cuerpo” se refiere a pequeñas piezas de esponja que usualmente utilizan los que se trasvisten para lucir caderas y piernas más voluptuosas y femeninas.
Solo falta la cabellera y Óscar debe esperar, al menos, tres horas para su turno. Le comían las ansias. Sacó un espejo y con curiosidad se dedicó a ver cada detalle de su rostro.
“Me encanta como me veo”, exclamó y, por su puesto, su rostro mostraba felicidad.
El proceso demoró más de lo esperado y Óscar llegó al desfile cuando ya había recorrido unos tres kilómetros desde el punto de inicio. Cuando se incorporó al grupo de cachiporras se veía confundido y nervioso, pero minutos después parecía seguro y feliz.
“Uno de mis miedos era que algún motorista, al paso, me quitara la peluca solo por molestar”, explicó, ya que algunos amigos de él han pasado esa mala experiencia en otros desfiles de la comunidad. Óscar solo fue sorprendido por su madre y su sobrina que, cuando ya había recorrido unos 6 kilómetros, se acercaron a él para tocarle la mano por unos instantes y decirle que se veía “bien bonita”. Estaba viviendo su sueño.
Óscar y María
María de Jesús, su madre, nació en 1962 cuando la homosexualidad era vista como una enfermedad, algo anormal, y siete años antes los disturbios de Stonewall que dieron paso a las primeras marchas en conmemoración del Día del Orgullo Gay como símbolo de resistencia. En lugar de marchas, iniciaron las manifestaciones donde las poblaciones homosexuales comenzaron a exigir de sus derechos.
María tiene un semblante triste. Ella y Óscar viven en una pequeña habitación de un mesón en el municipio de Mejicanos. Sus camas están una junto a la otra, frente a una pared donde el joven ha colocado un grupo de piscuchas de colores, como recordando que debe volar alto para salir de la difícil situación económica en la que viven.
Por un desprendimiento de retina, María está perdiendo la vista; sin embargo, le queda la vista suficiente para apreciar a Óscar vestido de cachiporrista. Eso la hace feliz, a diferencia de muchas madres que se sienten avergonzadas de la orientación sexual de sus hijos.
“Yo me sentí tan orgullosa de ver a mi hijo vestido así, me sentí tan feliz de verlo alegre. Yo iba con mi nieta apoyándolo, como siempre lo he apoyado en todo”, comentó María mientras permanece sentada en su cama.
Pero no todos los padres reaccionan igual que María, aunque tampoco fue un camino fácil para ella.
“Lloré de tristeza. A escondidas y me preguntaba por qué me merecía ese castigo si yo lo había cuidado bien y le había dado amor”, contó la señora.
Tras varias noches de lágrimas solitarias y dejando atrás el sueño de verlo con una familia, ella tomó la determinación de apoyarlo aunque fuera duro, pero es su hijo y no tenía corazón para abandonarlo.
Óscar Vásquez Martínez, maestro en ciencias sexológicas y orientador en educación sexual, explica que los padres generalmente se sienten culpables cuando se dan cuenta que la orientación sexual de sus hijos no es la que ellos esperaban y que usualmente está ligada a una expectativa heteroformativa: una crianza basada en los conceptos de la heterosexualidad.
“Es uno de los primeros golpes que sufren los padres y usualmente me preguntan en las terapias ¿Qué hice mal?. Yo le explico que no hicieron nada mal, que incluso pudieron haber forzado una u otra cosa y de todas maneras el resultado sería el mismo”, comentó el experto.
Vásquez Martínez explicó que la orientación sexual y la identidad de género no se enseñan, no se inculcan, no se pueden transmitir, tampoco se puede forzar y en esas circunstancias los padres y madres de familia tienen que aceptar que esa persona, que les ha dicho que es homosexual, al final de cuentas sigue siendo su hijo o su hija, es alguien a quien han procreado y, entonces es allí, donde tienen que optar entre aceptar a su hijo o hija tal como es o tomar distancia y abandonar su paternidad o maternidad, aseguró.
María es una de las que no abandonó su maternidad. Recuerda perfectamente el día que su hijo, entre lágrimas, le confesó que le gustaban más los hombres que las mujeres, después que ella lo enfrentara ante las dudas y comentarios que había escuchado, ambos se fundieron en un abrazo fuerte y ella le prometió apoyarlo en todo.
Esa promesa es la que impulsa a María a acompañar a Óscar, incluso, a los ensayos previos de cada presentación.
ESTE TRABAJO FUE REALIZADO CON EL APOYO DE LA INTERNATIONAL WOMEN´S MEDIA FOUNDATION, IWMF.