A veces la gente me asombra.
This morning, I sat with a woman who had been displaced from her village more than 15 years ago by paramilitaries. Seven of the paras tied her to a tree, gang raping her repeatedly for three days.
We talked for a while in the living room of her mother’s house, where she now lives. Before I left, I thanked her for her time, for inviting me into her home and for sharing her story with me. She shook her head, thanking me in return. Then her mother got up from the couch, mumbling something as she disappeared into a room off to the side. A minute later she emerged with a piece of used colorful wrapping paper loosely folded over something large. She held it out towards me.
“This is for you,” she said. I pulled back the paper and inside was a beautiful ceramic bus. Totally confused, I asked why. She said: “For coming here to listen to us, to hear what happened to us and for bringing that to the rest of the world.”
As journalists, we complain about our jobs. The long hours and the low pay. The editors “who don’t get it” and the frivolity with which some treat our safety and our work.
Those things matter. But it’s on reporting trips like these, and mornings like today, when I’m reminded of the privilege and responsibility of this job. It’s never about being a “voice for the voiceless.“ Everyone in this world has his or her own voice. Journalism is simply a mechanism for amplifying what those voices have to say.
The question, for all of us, is: do we want to listen?
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A veces la gente me asombra.
Esta mañana, fui donde una señora quien había sido desplazada por los paras hace mas de 15 años. Siete de ellos también la amarraban a un árbol por tres días, violandola varias veces.
Hablamos por un buen rato en el living de la casa de su mama, donde vive la señora también. Antes de irme, le agradecí por su tiempo, por dejarme entrar en su casa, y por compartir su historia conmigo. Ella dijo que no, diciendo que más bien gracias a mi. Su mama en ese momento se levantó, diciendo algo que no podia entender y se desapareció en un cuarto. Cuando se reapareció, tuvo en las manos un papel de muchos colores.
“Esto es para Ud,” me dijo. Dentro del papel estaba esta flota ceramica. Confundida, le pregunté por qué. Dijo: “Por haber venido acá para escucharnos, para saber que nos pasó y por contar al mundo.”
Como periodistas, nos quejamos sobre nuestros trabajo. Dias largas y un salario muy bajo. Los editors quienes “no entienden” y el hecho de que la gente a veces no toma en serio ni nuestra seguridad ni los productos de nuestro trabajo.
Esas cosas importan. Pero es durante este tipo de viaje, y sobre todo durante una mañana como la de hoy, que me hace recordar que mi profesión es un privilegio y también una gran responsabilidad. No se trata de “ser la voz de los que no tienen.” Tod@s en el mundo tenemos nuestras propri@s voces. El periodismo es mas bien un mecanismo para amplificar lo que digan esos otras voces.
La pregunta, para nuestra sociedad, es: queremos escucharlas?
Jean