Sin miedo a equivocarme puedo decir que los últimos meses han sido sumamente gratificantes tanto a nivel personal como profesional. Y es que hasta hace poco no me había percatado de que mucho del periodismo que se hace actualmente, incluído el mío, era tan poco incluyente.
No me había dado cuenta de que mi visión era tan limitada sobre todo en cuestiones relacionadas a identidad de género, específicamente a las identidades no hegemónicas comprendidas en las comunidades LGBTIQ+.
De ahí que en toda mi carrera no haya escrito ni una sola historia relacionada a este universo, que hoy ya entiendo es enorme.
Marta Lamas dijo algo muy cierto en su ponencia que se me quedó grabado: “El género es un filtro cultural a través del cual vemos el mundo”, pero se ha ido transformando históricamente y es necesario entender esos cambios.
Antes de iniciar este curso tampoco entendía el propósito de utilizar un lenguaje inclusivo en las historias que se publican en medios de comunicación, pero ahora lo tengo más claro. Como lo dijo Pualina Chavira, el lenguaje es la base del periodismo y quienes trabajamos en medios de comunicación tenemos el compromiso con la transmisión de la lengua.
Como periodistas tenemos la obligación de utilizar un lenguaje igualitario, de resignificar las palabras, de hablar de personas con distintas características y de respetarlas.
En su presentación Siobhan Guerrero lo expresó: es imperativo evitar las narrativas tramposas y buscar voces con una mirada más amplia para evitar caer en discursos parciales y discriminatorios.
Alejandra Haas lo planteó en su ponencia: “Estamos entrenados para discriminar”, pues la sociedad machista binaria tiene muy ensayado el sistema opresor. Tenemos que recoger posturas igualitarias.
Esa discriminación y esa visión corta que se debe evitar como periodista también aplica para los temas relacionados a las mujeres y sus derechos. Hay que contar otras historias; dejar de lado las que hablan de una mujer que alcanzó un puesto directivo, las de los daños materiales que provocaron las marchas feministas más recientes.
También es necesario dejar de revicitimizar a las mujeres víctimas de violencia sexual o feminicidio y en su lugar hablar de ellas desde otros ángulos. Tenemos que dejar de verlas únicamente como víctimas, también hay que verlas como seres resilientes y como personas que desde que nacen se ven obligadas a luchar por sus derechos y sobrevivir.
El documental “Las tres muertes de Marisela Escobedo” es un ejemplo claro de que esto se puede hacer. Poder escuchar a la periodista Karla Casillas sobre el proceso para realizar la investigación fue una de las mejores experiencias del curso, pues queda claro que cubrir este tipo de historias no es nada fácil, que a veces duele, que hay secuelas, pero también hay satisfacciones.
En resumen sí, este curso cambió mi visión sobre cómo hacer periodismo y me dejó con ganas de contar otras historias, unas que incluyan a la diversidad sexogenérica y que cuenten con una mirada interseccional.