De la chispa a la hoguera

 

Foto: Leonela Paz/ Reportar Sin Miedo.

Nací en Siguatepeque, Honduras, una de las ciudades más reconocidas en el país un día de diciembre de hace algunas décadas atrás, en cuna católica y una familia sumamente conservadora proveniente de la zona oriental. Mi abuelo era un hombre de campo, dedicado a la siembra y cosecha de diferentes granos, de igual manera, las gallinas, cerdos y el adorado caballo con el que se transportaba por todo el pueblo de Danlí y que algunas veces me dejó cepillar y montar, contaban con su espacio en las tierras. Mi abuela, por otro lado, era una católica abnegada, ama de casa sin escolaridad alguna que se dedicaba a su enorme molino industrial para poder obtener algunos lempiras que contribuyeran a la economía del hogar.

Recuerdo que durante mi infancia los hombres eran -la cabeza del hogar-, las mujeres se dedicaban a atenderlos y a brindarles todos los cuidados necesarios que aligeraran la carga de su arduo trabajo. Incluso mis tías tenían a cargo las tareas de limpieza, cocina, cuidado de niños, lavandería y compras. La diferencia la marcaba mi mamá, quien de igual forma se había moldeado con muchas costumbres hogareñas con la diferencia de que había sido enviada por mi abuela a estudiar a la capital del país, se graduó y trabajó desde muy temprana edad. Aún siendo madre soltera, nos sacó adelante y siempre había un plato de comida en la mesa. Sin embargo, nunca se me hablaba de la comunidad LGBTIQ+, hasta alrededor de los ocho años no tenía idea de lo que significaba la homosexualidad,  ver a alguien gay era algo que estaba totalmente prohibido para mí, pero yo nunca entendía el por qué, para mí solamente eran seres humanos, tal como mis familiares.

Con el tiempo crecí, leí más y logré entender un poco de lo que significaba, aún así, no entendía por qué siempre había un tono de burla o odio en los comentarios que escuchaba a mi alrededor, para mí no tenía ningún sentido. Según la declaración universal de los derechos humanos todo individuo tiene derecho a la vida y a la libertad. Cuando leemos estos escritos en papel nos transportamos a una utopía que lleva a nuestra mente a visualizar una sociedad mejor, buena y pacífica. Sin embargo, cuando la lectura termina y vemos a nuestro alrededor nos encontramos con la cruda realidad que nos enfrenta a la impotencia, incertidumbre, frustración y enojo. Si bien ninguna sociedad ha podido centrar sus bases en la perfección, me he dado cuenta que he sido criada en un sistema donde debemos odiar cuando algo es desconocido o alejado de las arcaicas ideas patriarcales que nos han mantenido en completa sumisión y retraso.

Con frecuencia me veía enfrentada a un conflicto de constante imposición a temas que no consideraba correctos en mi alma. Crecí en un hogar “conservador” donde se me recalcaba que al no seguir los preceptos morales establecidos por la biblia y los correctamente establecidos por la sociedad mi destino inminente era fracasar. Las etiquetas negativas no faltaron, los constantes regaños por no ser la niña modelo continuaron, incluso luego de llegar a mi adultez, me volví temerosa e insegura porque siempre sentí que aquellas etiquetas que habían intentando tallar en mi subconsciente no provenían de un lugar de luz como todos pretendían hacerme creer.

Esa incertidumbre me llevó a la curiosidad, el hambre de conocimiento y la constante búsqueda de un criterio propio que fuera justo, no para principios que se nos han impuesto por teología o simple costumbre, sino que fueran guiados para un bien común de derechos humanos y bienestar social pleno. No escapé de los constantes comentarios destructivos disfrazados de “lo digo por tu bien”, no obstante, una pequeña chispa me alentaba a seguir aún cuando la corriente no iba a mi favor. Por ello estudiar periodismo no fue una decisión difícil, me tomó dos segundos saber que quería hacerlo, fue la decisión más fácil de mi vida y sin lugar a dudas, la mejor.

Llegamos a nuestra facultad con un saco de expectativas, creyendo que podemos cambiar el mundo y que somos imparables, claro, nos advierten. Nunca falta la persona encajosa que nos diga que tomamos una pésima decisión, aún así, esa chispa nos mantiene cargados y seguimos porque queremos lograr nuestro objetivo, ser periodistas. En cierto punto de la carrera nos damos cuenta que aquellas expectativas y ganas de comernos el universo no bastan, más aún cuando estamos dejados a nuestra suerte en un sistema fragmentado que se nutre de corrupción, violencia, pobreza y hambre.

Salimos de nuestra facultad con título en mano, expuestos a un periodismo que discrimina, revictimiza, desinforma, encubre y sirve de refugio para las estructuras de poder. Duele, no hay otra palabra que pueda describirlo. Algunos no tienen más opción que adaptarse a este sistema de poder que perpetúa nuestra decadencia como sociedad, mientras que, unos pocos nos rehusamos y seguimos buscando hacer buen periodismo en el cual se maneje la información como un bien público y no como un modelo de mercadeo basado en el amarillismo y odio.

Afortunadamente, llegué a las puertas del periodismo independiente, incluyente, innovador y justo. A medida que me adentré en el buen periodismo me di cuenta que aquel rechazo que sentí hacía las imposiciones de toda una vida tenía un origen. Nunca me pareció correcto el propagar el odio, el juzgar o simplemente pisotear a las personas solamente por no tener las mismas preferencias. Comprendí que si bien no podía cambiar el mundo, podía aportar un buen ejercicio del periodismo. Educar y propagar tanto conocimiento como me fuera posible para llegar a un mundo con menos ignorancia y más criterios individuales fomentados en la esencialidad de los seres humanos, sus derechos y necesidades.

Foto: Equipo de Reportar Sin Miedo con Mary Kerry Kennedy, presidenta de la fundación Robert F. Kennedy Human Rights, en su visita a Honduras.

Esto es lo que la beca ¡Exprésate! me ha concedido, reafirmar mis metas para ser una contribución positiva que permita a nuestras sociedades nutrirse de verdad. Tal vez lo más importante que este espacio me ha hecho comprender es que estaba destinada a esto. Cada vez que redacto, leo o investigo acerca de temas de derechos LGBTIQ+, mujeres, migrantes, entre otros, ahora lo hago con más respeto y más fuerza porque sé que tengo más conocimientos que me ayuden a acompañar sus batallas con buenos recursos.

Más que talleres, se trata de conocimientos que sirven de armas para cambiar vidas, no solamente de los protagonistas de las historias, si no de aquellos que nos encargamos de retratarlos. Si antes me acompañaba una chispa, ahora estoy alimentando las llamas de una hoguera que espero sea eternamente enriquecida con más sabiduría que nos permita seguir haciendo eco en una sociedad que lo necesita con urgencia para comprender que la inclusión es la base de los derechos humanos y que estos a su vez, son la base para sanar y reconstruirnos.

La esperanza está puesta en una nueva generación de periodistas que con esfuerzo trabajan para que Honduras sea un lugar más seguro, sin discriminación.  Cabe mencionar que en las nuevas generaciones hay más personas conscientes dispuestas a acercarse al calor de la hoguera, comprendiendo que esta dilata nuestros conocimientos y que una vez que los consume alimentan con vehemencia la llama que alcanzará a mantener el calor de las voces que tanto claman por ser auxiliadas.