Cuando eres periodista y conoces a alguien nunca falta la pregunta: “¿Y por qué escogiste el periodismo?”. Desde que inicié la carrera -hace unos cuatro años- me han conmovido tantas respuestas de mis colegas a la misma interrogante. Algunxs recuerdan que fue su carrera soñada desde pequeñxs, otrxs comentan que heredaron el gusto por la noticia y la información desde que escuchaban la radio o leían la prensa con sus familiares, ¿y yo? Yo decidí que seguiría este rumbo a pocos meses de graduarme del colegio. Solo así. (Una introducción poco romántica, pero se pone mejor después).
No es una decisión de la cual me arrepienta y sin duda alguna volvería a tomarla, pero hasta hoy reconozco la suerte que tuve de escoger una carrera, de la cual tenía una noción extremadamente básica, y que resultara apasionándome y siendo mi vocación.
Cuando cuento por qué escogí el periodismo no solo me gusta pensar en la graduanda de aquel 2018, sino en la universitaria de los años consecutivos y la profesional que ahora soy. En los últimos meses del bachillerato escogí esta carrera porque la joven del stand de la feria universitaria me convenció con el “en periodismo tienes que saber de todo un poco” y a mí me encanta no encasillarme en una sola cosa.
Así comencé a cursar la carrera, sabiendo que allí podría aprender y aplicar conocimientos de mis otras carreras frustradas -ciencias jurídicas, políticas y sociales, filosofía, psicología, publicidad y diseño gráfico-, así como otras temáticas. Lo que quería era tener una amplia gama de conocimiento sobre cualquier tema y saber comunicarlo. Esta habilidad logré desarrollarla en los primeros semestres de la universidad, aunque de una manera fría y cuadrada para mi gusto. Eran piezas informativas, que no plasmaban más que datos y hechos.
Cuando por fin me percaté de esta tendencia en mis trabajos, comencé a fijarme más en la manera en que contaba las historias y retrataba a sus personajes y a comprender que los hechos no solo funcionan como procesos o como un trámite, sino que detrás de ello siempre están las personas.
Esa última ha sido la barrera más amplia que he encontrado en mi formación y cuya respuesta no pude obtener en la universidad. Fue hasta que inicié mi ejercicio periodístico y tuve la oportunidad de conocer a las personas, su trasfondo y cómo las decisiones de arriba afectan a cada ciudadanx en su cotidianidad. Enfocarte en las personas te obliga a educar la forma en que abordas sus historias, algo que, al menos en mi caso, no pude aprender ni en la universidad, ni en mi trabajo.
Recuerdo que cuando apliqué a esta beca conté que mi motivación principal para aprender sobre enfoques de género y disidencias sexuales radicó precisamente en que en Guatemala son muy limitados los espacios de enseñanza de este tipo, más aún considerando la misoginia y conservadurismo que prevalece en el país.
Todo el contexto anterior lo cuento para que todx estudiante identificadx sepa que existen más espacios de formación fuera de las aulas universitarias y del país. Mi experiencia fue enriquecedora, sobre todo para entender cómo abordar temas de pueblos indígenas, mujeres y diversidad sexual. Lo más valioso es que tuve la oportunidad de dialogar con personas especializadas en el estudio de estos grupos e incluso miembrxs de las comunidades.
Participar en esta beca me permitió a mí y mis colegas plantear dudas que en otros espacios quizá habríamos considerado inoportunas o un tanto vergonzosas, pero este ha sido un espacio seguro para todxs porque precisamente el fin es ayudar a que cada periodista identifique sus áreas débiles y pueda fortalecerlas.
Soy consciente de que el periodismo en Guatemala está en constante evolución y que, a pesar de ello, todavía queda un largo recorrido para que los discursos de odio dejen de ser replicados en los medios de comunicación, pero es alentador saber que con cada promoción de becados de este programa ese camino es cada vez más corto.