Hace 20 años cubrí mi primer caso de violencia hacia una mujer trans. Para ese entonces no entendía mucho los términos adecuados para realizar esta cobertura. Al escribir esta entrada, me da pena reconocerlo. Ya tenía amistades trans, pero creo que ni mis amistades ni yo teníamos claro qué significa ser trans, mucho menos una comprensión sobre las personas con sexo, orientación sexual e identidad de género diversas. Ni sobre la terminología adecuada, mucho menos sobre el concepto disidencias sexuales. Lo que siempre he tenido claro es que todas las personas tenemos derechos y deben ser respetados.
Una de mis amistades era maquillista del canal en el que me estrené como periodista. A pesar de que siempre estaba a la defensiva por las bromas machistas y homófobas que le hacían, logramos cultivar una bonita amistad. Hicimos clic. Era genial. Me sentía privilegiada porque me llamaba para maquillarme, cerraba la puerta y me contaba sus cosas. Me mostraba sus fotos: arreglada y maquillada. Guapísima. Y me contaba cosas de un mundo que me parecía totalmente desconocido e interesante, del que apenas comprendía algo. Creo que comenzaba a encontrarse, en este mundo binario y heteronormado, porque me decía que le gustaba cómo lucía en su expresión de mujer, pero no tenía claridad si esa era su identidad, es decir si ella era una mujer y si quería expresar una identidad femenina. Lo único que sabía es que les gustaban algunas personas de su mismo sexo. A veces me enseñaba fotos de su pareja, hombre, y cuando me hablaba de su orientación sexual, bajaba la voz para que nadie nos escuchara, era como un susurro.
Imagino que era nuestro secreto porque no sabía si iba a ser aceptada en el canal con una expresión distinta a su sexo, distinta a la impuesta por el patriarcado y la heteronorma. En eso entonces la violencia hacia los cuerpos disidentes ya existía y encarnaba la monstruosidad. La letalidad.
Después de cubrir el caso de la joven mujer trans, le pregunté si tenía tiempo para que platicáramos. Es decir, para encerrarnos en el camerino y despejar dudas. En ese entonces, recuerdo que el término equivocado y usual para reportear sobre estas violencias, era llamarles travestís o travestidas. Poco entendíamos o empleábamos el término correcto: mujer trans. Y sus asesinatos eran justificados con que ejercían trabajo sexual. No había mayor comprensión de quienes cubríamos estos hechos de violencia basada en género ni de quienes nos coordinaban y/o editaban. Y me temo, por lo que sigo leyendo que es una gran deuda desde quienes ejercemos periodismo: informar bien, reeducar y no reforzar roles ni estereotipos basados en género. Aunque no me quejo, he tenido personas que me han enseñado bien el oficio del periodismo, pero no todas comprenden cómo hacer coberturas inclusivas.
La joven mujer trans estaba siendo asistida con respiración artificial en un hospital público. En ese hospital me explicaron el costo para la salud que implicaba darle respiración artificial. No importaba para el personal médico la vida, solo las cifras. Ella tenía 19 años. Cuando la vi, me pareció tan joven. Me dio ternura, parecía estar en un sueño profundo. Me preguntaba cómo esos hombres pudieron darle semejante paliza y dejarla en coma. Era muy bonita. A los días, supe que había muerto. Era un crimen por odio.
En el hospital y las autoridades, de alguna forma, justificaban la letal golpiza porque ella había transgredido el género y porque trabajaba en las calles. El estigma sobre ellas ya existía y era reproducido desde los medios de comunicación. En ese camerino de maquillaje, con la ayuda de una persona especialista en maquillar y peinar, desciframos, a tientas, algunas cosas que me permitieron escribir la nota.
Durante el reporteo, supe que a esta joven, su papá la había corrido de la casa cuando supo que le gustaban los hombres, y que su identidad y expresión de género eran las de una mujer. Al negarle la educación, alimentación y vivienda, la adolescente de 15 años se encontró con la calle y, posteriormente, con la violencia letal.
Un par de años después, escribí una crónica sobre otra joven mujer trans, quien trabajaba en un bar ubicado sobre el bulevar de Los Héroes. El título sugerido por mi editor fue “Lady Winter” y sus noches gélidas. Reconozco que soy muy mala para los titulares y por eso, muchas veces, no he tenido más remedio que aceptar los titulares de mis editores o editoras. Esa crónica forma parte de los textos periodísticos analizados por Comcavis Trans en el 2004, en el documento titulado: Estudio Hemerográfico sobre la Población LGBTI de El Salvador
Una de las conclusiones de este estudio es: “Las notas periodísticas contienen un trasfondo de exclusión e ignorancia, al no reconocer el derecho a la identidad y al nombre de las personas, cuando se abordan situaciones donde la víctima es una mujer TRANS, pues se le reconoce como un hombre así nacido”. Asimismo, en el análisis advertían “el uso de términos inadecuados al hacer referencia sobre la población LGBTI, y con mayor énfasis cuando se trata de la población TRANS”.
Con ¡Exprésate!, la Iniciativa de Reportaje de los Derechos de las Mujeres y las Comunidades LGBTIQ+ en América Latina, y las personas que nos facilitaron los contenidos relacionados con las disidencias sexuales, aprendí a emplear mejor los términos, a cuestionar si las coberturas que hacemos respetan los derechos de las personas, si retratamos bien las realidades diversas y tan complejas, con un enfoque de derechos humanos e interseccionalidad, para que quienes nos lean comprendan mejor nuestra realidad. Me hizo cuestionar qué espacio e importancia le damos a la cobertura de las disidencias sexuales, más allá de la marcha del orgullo gay, y de si estamos retratando bien las historias de violencia y crímenes de odio.
Yo nunca me había puesto a pensar que una mujer trans podía ser lesbiana o que una mujer trans no expresa su identidad de acuerdo a lo establecido por la heteronorma, y este curso me permitió cuestionar todo y desaprender para aprender. Este curso hizo que me retara. Estoy convencida de que es importante actualizarnos y especializarnos en temas de derechos humanos, con perspectiva de género y enfoque de interseccionalidad para hacer coberturas respetuosas de la dignidad de las personas y no volver a titular una crónica así: “Lady Winter” y sus noches gélidas.