Por fin, después de varios meses, estoy terminando el documental Allen v. Farrow producido por HBO; lo inicié el año pasado unas semanas después de su lanzamiento y al terminar el primer episodio que dura aproximadamente una hora, no pude seguir, hasta hace unos días.
Hace más de un año, al terminar ese primer e impactante episodio, una sensación de tristeza acompañada de mareo se me presentó de forma inesperada. Aunque yo ya había escuchado sobre la relación indebida entre el cineasta y la hija adoptiva de su esposa Mia Farrow, los señalamientos y pruebas del abuso por el que denunciaron a Woody Allen a finales de los años 90 fueron contundentes, aunque por mucho tiempo quise -como gran parte del mundo- ignorarlos.
Allen fue uno de mis contadores de historias favoritos desde que inicié a estudiar periodismo en la universidad, me enamoré de sus relatos que iban de lo romántico a lo melancólico, por lo que al principio no pude con el impacto de conocer toda la verdad tras el “genio”. Solo las reflexiones realizadas en el marco del programa ¡Exprésate! una iniciativa que apoya la producción del periodismo de alta calidad por parte de y sobre las mujeres y las personas LGBTIQ+, me permitieron cerrar el ciclo, seguir con el documental y enfrentar la realidad de las múltiples violencias a las que muchas mujeres fueron víctimas a causa de este director de cine.
Y es que las reflexiones del programa coordinado por la International Women´s Media Foundation (IWMF) no solo me han hecho acercarme y profundizar en los conceptos y herramientas para abordar de mejor forma las temáticas de las mujeres y personas LGTBIQ+, también me han hecho reflexionar sobre la responsabilidad que implica tener esas herramientas desde mi privilegio, en una profesión que, en Honduras, se ha sustentado durante mucho tiempo sobre pactos machistas.
Ahora más que nunca creo que, este periodismo inclusivo que queremos ejercer nos demanda coherencia entre lo que reportamos a nuestras audiencias y lo que hacemos como personas y periodistas.
Ya no podremos callar, olvidar o apagar el televisor en un sistema patriarcal que, a pesar de cualquier esfuerzo, parece que seguirá replicando las violencias contra las mujeres y las personas LGTBIQ+. ¿Podemos callar ante los comportamientos indebidos de nuestros propios colegas? ¿Podemos obviar las coberturas amarillistas y machistas sobre la violencia de género que hacen la mayoría de nuestros medios? Creo que ahora nuestra conciencia no puede apelar a la ignorancia y tendremos que actuar de algún modo para ser coherentes entre acciones y narrativas, o tendremos que enfrentarnos a nuestra propia hipocresía.
Justamente hay un cliché sobre el buen periodismo dicho por Ryszard Kapuscinski, el cual no voy a repetir, pero que me hace creer que desde este curso los buenos periodistas también van a cubrir de forma adecuada e integral las temáticas relacionadas con mujeres y personas LGTBIQ+, pero además van a tener la oportunidad de ser parte del cambio y no repetir esas violencias en sus espacios. Al menos de mi parte es un compromiso.
La responsabilidad es enorme, y lo cierto es que seguiremos aprendiendo y errando, lejos de la coherencia como cualquier otro ser humano, pero definitivamente no seguiremos indiferentes.