La mirada y el juicio

No está mal ser jueces, implacables y de 24 horas si nos dan las energías y los límites lo permiten. La aspiración es que los juicios interpelen a quien corresponda y cambiar la mirada es un buen comienzo.

Evelyn Boche

Foto de Estela Camuñas en Unsplash

¿Cómo construimos nuestras creencias o conceptos sobre las relaciones de pareja, la sexualidad, las violencias? ¿Fue durante una plática con mamá y papá… en familia, la escuela, la iglesia, las amistades, las novelas, las canciones de reguetón, los libros? ¿A qué ideas le hacemos espacio, las adoptamos y recurrimos para interpretar la realidad?

¿En qué sitio quedan los periódicos, los noticieros, las redes sociales, los podcast y los medios digitales? 

Muchas preguntas que sacuden y cuyas respuestas nos devuelven la densa base de nuestra construcción social y las herramientas para construir las narrativas con las que explicamos el mundo. Llego a esta reflexión gracias al zarandeo mental que provocó Silvia Trujillo entre el grupo de periodistas guatemaltecos que asistimos al taller Periodismo más incluyente.

Reflexionar sobre las miradas es imprescindible para quienes relatamos trozos de la realidad, tan hecha pedazos por las crisis políticas, la corrupción, las violencias. Hay tanto por contar y mucha responsabilidad en el cómo lo hacemos. 

La cobertura de las violencia contra las mujeres en Guatemala aún es insuficiente pero veo con entusiasmo muchos esfuerzos por generar conversaciones sobre derechos, interpelar a los agresores y la respuesta del aparato estatal. El reto permanente es mirar, indagar y convocar voces con una mirada más amplia, que construya y sin revictimizar. 

Aquello del crimen pasional, describir en exceso o peor aún, enjuiciar, el vestuario de una mujer que fue violada o agredida, cuestionar por qué caminaba o viajaba sola en la noche y peor aún si iba borracha, son algunos de los prejuicios que deberían quedar proscritos de los relatos sobre las violencias contra las mujeres. 

Una niña desaparece y al paso de las horas su cadáver flota en un río… ¡¿Dónde estaba la madre?! ¡¡Irresponsable!! apenas para describir los cuestionamientos que se lanzaron hacia la madre en las redes sociales. Una niña y su mamá buscan desde hace casi dos años para que se haga justicia contra el padrastro violador… y un tuitero comenta  “que aprendan las mujeres a no ponerle padrastros a sus hijos TODO POR CALENTURA!”. 

Comentarios perturbadores que revictimizan y exponen las miradas del mundo, con sesgos sexistas, patriarcales, religiosos que surgen de las enseñanzas aprendidas, como el que las madres son las únicas responsables por el cuidado de los hijos y a quienes se les niega el derecho de tener vida propia más allá de los roles patriarcales. Casi nadie se pregunta por el padre, o rara vez como proveedor. Y menos, indagan sobre la conducta del agresor.

De los mitos patriarcales y de cómo estos influyen en la interpretación de los hechos de violencia, como el paradigma de la “víctima ideal”, aquella que “no hizo algo” fuera del patrón machista normalizado, nos habló el abogado Chris Gruenberg. La víctima ideal es una construcción falaz que resulta luego de someterla a todos los juicios e interpelación -impertinentes, por supuesto- sobre su conducta. 

La víctima inmaculada

Veamos que hay mucha más empatía hacia la violencia contra los niños y niñas, porque se remarca en su “inocencia”, que “estaban en su casa” y “no le hacen daño a nadie”. Por supuesto, toda violencia desgarra. Pero notemos las diferencias, cuando la agresión es contra una mujer, se emiten juicios sobre su vestuario, lenguaje, libido, profesión, raza,estatus social, decisiones, pensamiento político y una lista tan extensa como nuestras creencias lo permitan.  

Hablar de esa víctima ideal conecta con una mujer sumisa; esposa y madre abnegada; joven estudiante destacada; sin deseos ni derechos sexuales; blanca y de clase alta; guapa; gentil; todo aquello que el patriarcado ha exaltado y perpetuado por años mediante diversas herramientas de control político, como la iglesia, la escuela, los libros… los medios de comunicación. 

No está mal ser jueces, las 24 horas si nos dan los límites. La aspiración es que los juicios interpelen a quien corresponda, al Estado, al agresor, al opresor. Cambiar la mirada es un buen comienzo.