Llegamos a Ciudad Hidalgo pasadas las 8 de la mañana y caminamos por “Paso del Coyote” hacia el río Suchiate que delimita la frontera entre Guatemala y México. Ese día, 11 de marzo, mi compañera Victoria Estrada y yo planificamos buscar adolescentes no acompañados que podrían estar ahí, preparándose para continuar su camino hacia el norte.
A orillas del río Suchiate el ambiente estaba tranquilo. Pocas personas cruzaban desde Guatemala a México con bolsas para el mercado o productos para el comercio. Algunas caminaban porque el agua del río estaba bajo. Otras contrataban a balseros para que los llevaran sobre unas balsas hechas de llantas de tractor y tablas de madera. No quedan rastros de esa frontera que meses atrás fue transitada por una caravana de más de mil migrantes.
A los pocos minutos de recorrer el área y preguntar a un par de personas si es que habían visto adolescentes solos en el área, nos dimos cuenta que no sería fácil encontrarlos. Nos contestaron que no suelen quedarse por ese sector. Entonces decidimos cruzar en balsa a Tecún Umán, Guatemala para ver si corríamos con mejor suerte. Fue ahí que conocimos una historia que no estaba planificada, la de Rudy Gilberto, el balsero que nos transportó al otro lado de la frontera.
Rudy tiene 41 años y comenzó a trabajar transportando a migrantes a los 21 años. Dice que optó por esta alternativa porque como no estudió no tenía otra forma de recibir ingresos. En todos los años trabajando, él ha conocido a muchas personas que migran hacia el norte para huir de la violencia que se vive en sus países. Cuando le pregunté a si se ha encontrado más de una vez con personas que hacen ese trayecto me contestó que sí, que “como 3 a 4 veces los han deportado y siguen luchando otra vez por el sueño americano”.
Rudy dice que antes que llegaran las caravanas, habían muchos más migrantes que cruzaban de Guatemala a México, por lo que el negocio le generaba suficiente dinero para vivir. Sin embargo, desde que pasó la caravana por ahí dejó de ser rentable porque, con la presencia permanente de la Guardia Nacional mexicana, las personas tienen miedo y ya no cruzan por ahí.
“Ahorita pues ya no están pasando, solo unas 7 a 8 personas diario”, nos contó. El dinero que consigue ahora a veces no le alcanza ni siquiera para cubrir el alquiler de la balsa. Pero está ahí a diario porque no tiene otra fuente de ingresos.
Pero no todo es problemas y malos ratos en ese cruce del río Suchiate. Rudy dice que cuando hay migrantes que no tienen dónde quedarse o qué comer, las personas que viven en el área los ayudan. “Nosotros somos buenas gentes en este paso, que cuando no tienen les damos un ride a mucha gente”, dijo. Según él, es una zona que a pesar de ser relacionada con el conflicto y la inseguridad, puede encontrarse cobijo y amabilidad. Hay mucho más que contar de una zona fronteriza que las narrativas repetitivas.
Terminamos de conversar y Rudy nos dejó en nuestro destino. Al bajarme de la balsa recordé lo importante que es ir a una reportería con la mente abierta y predispuesta a escuchar historias no planificadas. Solo así podemos realmente entender el contexto más amplio de nuestro reportaje.
— Lisette Arévalo, Adelante Reporting Initiative Fellow 2020