Parecería, por más desafortunada que parezca esta comparación, que el tratamiento de las historias sobre grupos vulnerados, comunidades LGBT y movimientos feministas, es un campo minado. Existe una sensación preponderante de que ahora debemos regirnos por lo “políticamente correcto”, que es, en mi opinión, una forma de reducir los grandes retos de la representación mediática a una mera obligación moral impuesta desde la mayoría, o en el peor de los casos “por la generación de cristal”. Pero la realidad es que en el complejo circuito que es la producción cultural y la forma en que la sociedad reproduce lo que lee en los medios (ya sean informativos, de entretenimiento o en redes sociales), hace que la labor de contar historias de forma responsable sea quizá uno de los retos más urgentes de periodistas, guionistas y documentalistas en estos días. No podemos regirnos por una sola narrativa, ya no. Las historias se han vuelto diversas. Las personas siempre lo hemos sido.
Desde los círculos en los que suelo tener conversaciones, ya había escuchado con anterioridad, múltiples veces, los temas de los que hablamos en el curso de ¡Exprésate!, y aunque a partir de ahí comencé a formular mis propias opiniones, entendimientos y metodologías para reportar historias sobre la diversidad sexual, no podía dejar de sentir que yo no estaba lo suficientemente documentado o informado.
Por esto, este taller fue un inmenso alivio. Escuchar de los labios de personas cuya experiencia profesional y credenciales las mismas opiniones y formulaciones con los que ya llevo tiempo trabajando, fue una formar de reafirmar que voy por el camino correcto. Especialmente útiles en un sentido práctico fueron las charlas de Paulina Chavira sobre lenguaje inclusivo, y la de Karla Casillas, quien ya puso las manos a la obra en una historia de una complejidad muy particular con el documental Las tres muertes de Marisela Escobedo, y quien sirvió enormemente de inspiración. También, ahora sigo de cerca a Siobhan Guerrero. Todo lo que hace y dice me vuela la cabeza.
Estoy partiendo del curso con nuevas herramientas argumentativas y un marco conceptual lo suficientemente amplio como para sentirme mucho más seguro en el trabajo que realizo todos los días con el podcast CUIR: Historias disidentes. También parto con preguntas que siguen gestándose, y que vale la pena compartir desde nuestro trabajo como narradores para que más gente se cuestione lo que comenzamos a explorar en este curso. Desde algo tan sencillo como empezar a hablar con lenguaje incluyente en nuestro trabajo.
Más que un taller de aprendizaje en el que aprendí conceptos inmutables, creo que fue un grupo de reflexión en el que me di cuenta de que somos una generación de narradores que —apenas— están sentando las bases de esta nueva y cambiante forma de contar historias en un terreno inexplorado. La mejor parte es que me dio seguridad en el trabajo que estoy haciendo y me despertó una sensibilidad especial al momento de analizar el por qué contar ciertas historias, desde qué óptica y qué fuerzas sociales y culturales le dieron lugar. Tenemos una deuda social enorme como narradores, y es hora de pagarla.