Los derechos no son negociables con la moral

La cruzada contra los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y los derechos civiles de las poblaciones LGBTIQ+ ha escalado progresivamente frente a los ojos de la prensa, que poco ha reparado sobre ella. Por un lado, los grupos conservadores son parte importante del poder económico que rige la pauta editorial de la gran mayoría de los medios. Por otro lado, a los periodistas nos parece que no hay nada nuevo que decir. Aceptar la religión como tema intocable, sobre el cual siempre hay que buscar lo extraordinario para convertirlo en noticia, les ha permitido a los grupos fundamentalistas cernir su influencia poderosa, con poco escrutinio público, sobre las leyes que rigen la vida de los países, no solo de los creyentes. 

La influencia de estos grupos se nutre de la práctica periodística polarizada, que pone en contraposición las vivencias de las poblaciones LGBTIQ+ con opiniones de entes religiosos o sus líderes, generando un equilibrio falso de ideas, incluso cuando algunas de estas interpretaciones no se sustentan en hechos ni en información fidedigna, sino en prejuicios.

En Latinoamérica, la prensa ha premiado la mirada de las Iglesias en el desarrollo de la vida de los ciudadanos. Los medios consultan frecuentemente la opinión de clérigos y pastores, de toda dominación, sobre el tema de actualidad. Los niveles de confianza que la población tiene en ellos los respalda como voces de referencia. Se han convertido, pues, en figuras omnipresentes en la política, porque llenarse la boca de Dios siempre será más popular que renegar de él, u omitirlo en el discurso. Dios está, después de todo, “en todos lados”, incluida la Constitución de algunos países de la región.

El problema, desde luego, no es Dios ni la religión, sino el maniqueísmo performático que el poder político, religioso y económico hace de las creencias particulares para limitar derechos, construyendo capital político a través de la moral. La imposición de este statu quo limita los derechos de grupos específicos de la población. Para el caso, las mujeres y las poblaciones LGBTIQ+. 

En nombre de Dios, por ejemplo, las mujeres dejan de ser vistas como sujetas de derechos una vez que se embarazan, así haya sido por elección o producto de una violación. La vida, que en países como El Salvador se protege desde la concepción, se utiliza como medio de control antes del nacimiento. Una vez fuera del vientre, poco se hace para garantizar condiciones mínimas necesarias para la supervivencia del bebé.

De igual manera, todo asomo de rompimiento del “orden natural” de las cosas es etiquetado como inmoral y objeto de castigo y discriminación, lo cual clasifica a personas LGBTIQ+ como ciudadanos de segunda clase. En algunos casos, el discurso de odio llega a tal nivel que los proyecta como una amenaza. Así, por ejemplo, hemos visto extenderse por toda Latinoamérica la creencia de que existe una “ideología de género” que, según los fundamentalistas, pretende instaurar la homosexualidad como modo de vida y destruir la familia. 

Enfrentar la cotidianeidad, y afinar la mirada para ir más allá de lo evidente, sigue siendo el gran reto para los periodistas. Los efectos de las creencias religiosas en la vida de las personas y las naciones son tan permanentes como el de la corrupción o la falta de transparencia. Sin embargo, no se reporta con tanto afán sobre ella. Romper con las inercias nos permitirá retratar el poder en sus esferas menos exploradas y contar historias que por mucho tiempo han pasado inadvertidas.

María Luz Nóchez

Ha sido periodista de El Faro desde 2011 y coordinadora de la sección de Opinión desde marzo 2019. Se ha especializado en la cobertura de arte y cultura, minorías (población LGBTI e indígenas) y violencia contra la mujer. Su investigación Un paraíso para violadores de menores recibió en 2017 el Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación, otorgado por el Instituto Prensa y Sociedad y Transparencia Internacional. Formó parte del equipo que ganó el Premio Ortega y Gasset en 2020 por la investigación “Transnacionales de la fe”. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación.