Meet the fellow: Mariana Vincenti

Mariana Vincenti ha llegado a México con la maleta más pequeña del grupo y en ella no están sus gafas. No sabe dónde las dejó exactamente, pero está segura de que se esconden en algún lugar de su cuarto en Queens, Nueva York. Probablemente dentro de algún zapato. “Perdería la cabeza si no estuviera amarrada”, dice con su sonrisa contagiosa.

Mariana, nariz pecosa, ojos de caramelo, dejó Caracas, Venezuela hace tres años, pero en el espejo del cuarto donde creció se distingue todavía en marcador negro la lista de tareas pendientes para su viaje a Nueva York. A pesar de que los apagones eran cada vez más frecuentes y ya la habían atracado cinco veces, Mariana nunca se había planteado dejar su amada Venezuela hasta que obtuvo una beca para estudiar un año en la prestigiosa escuela International Center of Photography (ICP).

“ICP me cambió mucho,” explica. “También por el hecho de ser inmigrante. Estar en otro país es más difícil de lo que uno cree”.

Para Mariana la presión de dejar Venezuela era enorme. En la mochila cargaba además con las esperanzas y todos los ahorros de su familia. La cabeza de Mariana se llenó de preguntas: “¿Quién soy yo para merecer esto? ¿Qué pasa si fracaso?”

Nueva York, la ciudad donde ambas vivimos, no se lo puso fácil. La energía inagotable de Mariana, que se materializa, entre otras formas, en una capacidad infinita de hablar, chocaba a menudo con la actitud pasiva-agresiva de los neoyorquinos. A nivel profesional también le costó adaptarse. “Llegué con un ego del tamaño del Empire State”, recuerda. “Los primeros tres meses me dio un bajón, sentí que mis fotos no servían para nada”.

Entonces recordó algo que le dijo su padre cuando la familia estaba pasando por un mal momento: cuando vienen los problemas, uno se arremanga y les dice, vengan. “Aprendí que nadie va a resolver tu vida por ti”, añade.

La fotografía “siempre estuvo en la familia” para Mariana. En su casa siempre hubo cámaras con las que jugar y aprender. Durante años la fotografía solo fue una forma de ganar algo de dinero, haciendo retratos y cubriendo conciertos, mientras estudiaba para ser directora de cine. “Pero para eso se necesita plata y contactos, y yo no tengo ninguna de las dos cosas”, dice con su característica espontaneidad. Su interés por el periodismo era nulo: no seguía la actualidad política ni pretendía hacerlo.

Todo cambió el 12 de febrero de 2014. Ese día Mariana se armó con una sencilla cámara Canon Powershot – su “cámara chimba” porque no quería estropear la buena – y se sumergió en la multitudinaria manifestación de la juventud.

Mientras capturaba los gritos, las capuchas, las piedras, la gente corriendo, vio a un reportero de Reuters abrirse paso entre el humo y la multitud, con su casco, su chaleco, sus cámaras colgando, y tuvo una revelación: “Yo quiero hacer eso”. Ese día, Mariana se convirtió en fotoperiodista.

Durante dos semanas y en contra de los deseos de su familia, Mariana se fue cada día a cubrir las manifestaciones y luego colgaba las fotos en Facebook, ya que no trabajaba para ningún medio. “Siempre he sido una idealista sin remedio”, dice. “Sentía que era mi deber ciudadano dar a conocer lo que está pasando”.

Con el tiempo, luego de trabajar en varios medios y ejercer en la universidad, el interés de Mariana por la fotografía viró hacia su vertiente más antropológica – no tanto la noticia, sino la vida de la gente. En su trabajo documental, a Mariana le gustaría hacer más historias sobre la naturaleza, el cambio climático y las relaciones de pareja – ¿cómo son? ¿qué hace que funcionen?

“Quiero conectar con la gente”, dice. “Creo que a través de las conexiones humanas podemos cambiar el mundo”.

Hace tan solo seis días que nos conocemos y Mariana ya está planeando nuestros próximos proyectos juntas: una partida de juegos de mesa en Brooklyn, una sesión de escalada y una excursión a Yosemite.