Ser periodista deportiva a finales de los 80

Comencé a trabajar como periodista en 1987. Tenía 18 años. Después de cubrir varios temas, me quedé en deportes. Supe que un año antes, un par de chicas habían cubierto deportes, pero lo dejaron. Para entonces, era la única periodista mujer en ese campo. Cubría principalmente fútbol. Enfrenté discriminación de distintas formas, en otros colegas de otros medios, de algunos deportistas y de algunas personas que iban a ver partidos al estadio. Me gritaban groserías; era una especie de acoso callejero magnificado por mil. 

Tuve la suerte de tener un buen jefe, y buenos compañeros de trabajo, pero sentía que el acoso, los insultos y la discriminación eran parte del territorio de ser periodista deportiva: O lo aceptaba todo, o mejor me dedicaba a otra cosa. Nunca le conté a mi jefe, ni a los compañeros de trabajo. Simplemente me lo aguanté. 

No es hasta ahora que me cala que no era una situación aceptable, y que debí haber sido capaz de poder contarlo a alguien. En una ocasión, me acosó verbalmente un sujeto que era Viceministro de Energía y Minas, pero que de joven había sido un beisbolista de éxito (la razón por la que me pidieron entrevistarlo). No me puso una mano encima, pero podría haberlo hecho y no habría tenido como defenderme. El tipo era un ropero, y yo flaca y bajita. 

Estábamos solos en su oficina. Yo me concentré en no ser confrontativa porque intuía que si decidía hacer algo, lo podría enojar y me podía dominar físicamente. Así que me reí, acabé la entrevista abruptamente, dije que iba tarde para otra entrevista, y salí a paso veloz. Él era amigo de mi jefe, y nunca le conté. Pensé que no me iba a creer, o que se iba a enojar porque yo estaba hablando mal de su amigo. Eso no es algo que deberían de pasar las periodistas novatas. Deberían saber que es necesario revelar esas situaciones, y que hacerlo puede evitar que otras colegas caigan en algo similar y corran el riesgo de ser agredidas. 

No es algo en lo que había pensado en mucho tiempo, hasta el curso con IWMF. Me ha hecho recordar cómo yo había hacía un esfuerzo por normalizar algo que estaba mal. Con el tiempo, aprendí a estar más a la defensiva, en guardia, hasta a hacerme la enojada para que no me hablaran, pero me habría servido haber tenido una guía. 

Por eso creo que estos cursos son fundamentales, en este aspecto, para periodistas jóvenes. Para quienes tenemos más experiencia, nos ayuda a identificar conductas de acoso que intentamos normalizar, y nos permite poner esas experiencias al servicio del reporteo. Nos sensibilizan y ayudan a entender cómo el acoso en ambientes laborales afecta a las personas y qué factores inciden en que tengan temor a denunciarlo.