Llevo varios años tratando de imprimir en mis notas un enfoque más humano, una óptica que transporte a los lectores y lectoras con la realidad. Busco empatizar, ver las aristas en toda su expresión, alejar ese machismo que nos consume en Honduras. He buscado comprender la trama de dimensiones humanas que van desde lo cotidiano y práctico hasta lo simbólico. Es que se trata de trasladar sentimientos, experiencias, circunstancias históricas y situaciones, analizar las brechas entre los sexos.
No quiero incidir en los juicios, valores y prejuicios que se aprenden y se enseñan, que conforman maneras de pensar y de percibir la realidad. Cambiar ese chip no resulta fácil y menos en una sociedad machista como la hondureña, que se lleva en la sangre, se impone, promueve la misoginia y pone a las mujeres siempre como las culpables, no las víctimas.
Recuerdo siempre una historia que me dejó en shock, una historia que conté en el periódico en donde laboré por 16 años. Viajé hasta una de las zonas alejadas del occidente de Honduras. Tras seis horas de recorrido en carro y una hora caminando, llegamos hasta el cerro donde tres mujeres vivieron el horror del encierro, el abuso de un padre y todo a la vista de vecinos que permitieron tales circunstancias por años, hasta que al final comprendieron que aquellas “tres insignificantes mujeres”, como las llamaron, merecían ser sacadas del infierno que fue su casa.
“Algo hizo para que el padre abusara de ella”, dijo una de las mujeres cuando el caso estalló en sus narices. Sólo sentí coraje, dolor. Yo estaba aún sin comprender cómo el abuso se impone a la razón. Esta es la historia que escribí hace 13 años y aún me impacta. Ocurrió en Pie del Cerro, Ocotepeque. ¿Qué sabía yo de cómo escribir notas de ese nivel? Nada. Lo hice con el corazón. Una denuncia llegó. Fue un empleado de la fiscalía, que reveló lo que ocurría. El hombre dijo que, en lo alto de ese cerro, en una vivienda construída de tierra, había un hombre, un padre viudo con dos hijas mujeres y un varón, los que quedaron pequeños y en sus manos. Una de las mujeres logró salir del infierno cuando el padre intentó violarla, la otra se quedó.
Esa mujer soportó todo. Su padre la violó siendo una chiquilla de 14 años. De su padre tuvo tres hijos: dos niñas y un varón. Nunca les permitió salir de las cuatro paredes, las mantuvo encerradas. Pero lo más grave fue que, una vez que las hijas nietas crecieron, aquel hombre también abusó de una de las pequeñas. Todo ocurría en este poblado, un secreto a voces que nadie quería denunciar.
Al final, la fiscalía llegó al cerro al amanecer. Solo vi a aquellos agentes botar la puerta cuando nadie quiso abrir pese al pedido de la autoridad. Cuando aquella puerta se abrió, mis ojos no creían lo que mirábamos, el hombre, un anciano de 65 años, abusaba de su nieta que para ese entonces tenía 15 años.
El médico forense quedó atónito. Las miradas de todos expresaban el repudio, el coraje que sentíamos y que los policías manifestaron cuando sacaron a ese hombre de la casa. Se lo llevaron detenido y tanto a la madre como sus hijos, después de una revisión en la fiscalía, los trasladaron hacia Santa Rosa de Copán, a un hogar para mujeres maltratadas para su recuperación. En el trayecto a Santa Rosa, a dos horas de Ocotepeque, nadie habló. Qué podían decir del horror que por años vivieron. Aunque en sus mentes lo que habían vivido era normal, no sabían que lo que su padre hacía no era lo correcto. Por primera vez vieron personas, vieron la ciudad, se subieron a un vehículo y tuvieron una vida sin peligros.
No sé qué ha pasado con sus vidas, no sé si regresaron, pero lo que sí sé es que, si en ese entonces hubiera existido la IWMF, mi visión para narrar la historia hubiera sido distinta. Me hubiera ayudado a tener ese cambio de chip, al cambio cultural que reduzca las asimetrías en materia de género, para ser más sensible, más inclusiva. Como medio cotidiano de sensibilización, inclusión y visibilización de mujeres y hombres. Fue entonces cuando entendí que para escribir una nota hace falta el corazón y el enfoque que permite relatar claramente las verdades sin dañar más las vidas de las víctimas.