Violencia contra las mujeres. Presente en las narrativas, pero no como nos gustaría

La violencia contra las mujeres en sus distintas manifestaciones restringe el goce pleno de sus derechos. Por ello es tan importante que distintos sectores trabajen con audacia para erradicarla. Fruto de la incidencia realizada por las mujeres organizadas, este problema fue puesto en la agenda política, y en las últimas décadas se han observado algunos avances en distintos ámbitos en materia legislativa, social, cultural, económica y política.  

Debido a que los medios de comunicación pueden incidir en o moldear las interpretaciones de las audiencias, en el inciso J de la Declaración y Plataforma de Acción de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Beijing en 1995, se hizo un llamado al compromiso de los medios para aportar soluciones al problema y contribuir, con otros actores, al combate de la violencia contra las mujeres. 

Pese al transcurso de más de veinticinco años después de Beijing, sigue siendo complejo generar disonancia cognitiva en quienes toman las decisiones en los medios. El Monitoreo Global de Medios –GMMP, por sus siglas en inglés– que desde 1995 ha monitoreado la cobertura mediática sobre mujeres en más de 100 países, ha concluido en sus distintos informes quinquenales que persiste una enorme brecha en la participación de ellas en los medios. El GMMP sostiene que las mujeres permanecen subrepresentadas en los contenidos, y que los cambios en este sentido han sido excesivamente lentos. 

En el informe 2015, concluyó que las mujeres tienen más del doble de posibilidades que hace una década de ser representadas como víctimas en comparación con los hombres. Además, señaló que los enfoques más utilizados incluyen estereotipos sexistas que reproducen y contribuyen a normalizar las distintas formas de violencia contra las niñas y las mujeres. 

¿Cómo se evidencian los problemas de las coberturas? 

La violencia de género contra las mujeres es de carácter multidimensional. Algunos patrones en las coberturas permiten su análisis. Una evidencia se observa cuando los propios mensajes difundidos violentan a las mujeres, o cuando las fuentes seleccionadas priorizan enfoques que responsabilizan a las mujeres de la violencia de la cual han sido objeto. En otros casos, desde la forma en que se enuncia el titular, ya se puede decir que el enfoque es pernicioso. Además, durante la fase supratextual, se ha determinado que la selección de las imágenes incurre en tratamientos inadecuados de la violencia contra las mujeres, como cuando se subordina la información referida a este problema grave y se coloca en secciones o espacios inadecuados.

En los contenidos, una de las malas prácticas más recurrentes es hacer referencia a la violencia como un hecho aislado, sin dar cuenta del continuum o del contexto, o peor aún, invisibilizándola como un tipo más de violencia social. Si se presenta cada caso como si fuera “único”, y no como parte de una situación de femicidio sistemático, no se les brinda a las audiencias herramientas de análisis que les permitan comprender el problema en su dimensión real. 

Pocas veces en las narrativas son usados los conceptos específicos, creados por las académicas e investigadoras para explicar el problema. Tampoco son empleadas las distintas expresiones de la violencia, incluso aquellas que no están reconocidas como tal en la tipificación criminal de algunos países, pero que se traducen en prácticas violentas, como la obstétrica o la institucional. Aun cuando los reportes aborden un hecho violento acaecido contra la vida de una mujer, más que en el abordaje de las consecuencias o efectos sociales del femicidio, se priorizan otros enfoques como la inseguridad. Peor aún, se difunden mensajes revictimizantes que insinúan que la solución al problema es que las mujeres se resguarden en el espacio privado. 

Otro problema de las coberturas es que no priorizan el trabajo de la prevención de la violencia contra las mujeres, que se realiza desde instituciones públicas y las organizaciones sociales de mujeres. Ofrecen pocas oportunidades a las audiencias femeninas de estar informadas acerca de las rutas de atención, y el derecho a una vida libre de violencia, entre otros. 

En cuanto a los encuadres, además de prejuicios y estereotipos, uno de los problemas más graves es la tendencia a reportar los casos desde lógicas que priorizan el sensacionalismo y, en algunos casos, apelan al morbo. La premura para tener la primicia no permite suficiente tiempo para encontrar fuentes idóneas. Entonces, se tiende a priorizar la fuente oficial u otras voces circunstanciales (como familiares o personas vecinas) que, en lugar de profundizar el análisis, contribuyen a responsabilizar a las víctimas y sobrevivientes. Esas percepciones se publican acríticamente sin incluir un contraste con otras fuentes especializadas. 

Todo esto pone en el centro del debate la falta de especialización de quienes informan sobre este tema, y la escasa reflexión en las redacciones acerca de la importancia de coberturas respetuosas de derechos y la dimensión política de esta problemática. 

¿Cómo lo resolvemos?

Asumiendo que se está ante un problema estructural grave, que afecta de manera particular a las niñas, adolescentes y mujeres; lo resolvemos investigando, y acercándonos a las organizaciones de mujeres y académicas que han abordado la temática por años, y pueden ofrecer una mirada experta.

En la fase textual, se puede eliminar cualquier alusión que adjudique a la mujer violentada la responsabilidad de cuanto le sucedió (“caminaba a altas horas de la noche”, “denunció, pero al día siguiente decidió retirar la denuncia”); tampoco se debe utilizar calificativos que hagan las veces de justificativos (nunca es “crimen pasional”, ni “arrebato de ira”: son femicidios o feminicidios, y en última instancia, muerte violenta de mujeres). Lo correcto es narrar de manera apropiada los hechos (las mujeres no aparecen muertas; a las mujeres las matan).

En la fase supratextual, evitemos utilizar imágenes de mujeres violentadas porque, más que generar sociedades empáticas, apunta a la insensibilización y refuerza el estereotipo de la mujer débil y vulnerable.

No es necesario escarbar la herida. Escribamos desde el profundo respeto y la empatía. 

 

Silvia Trujillo

Socióloga, ejerce como comunicadora social, investigadora, columnista y docente. Es autora de Espejos rotos, una investigación de sociología periodística sobre la situación de las mujeres periodistas en Guatemala. Coordinó el Observatorio Mujer y Medios y ha sido perita en casos de libertad de expresión. Forma parte del equipo de comunicación de la publicación feminista laCuerda.